Dumas Mora: "Aunque ya no recorra los caminos, mis versos están en la memoria"
¿Quién pudiera imaginar a un montuvio que no logró siquiera terminar la primaria evocando lecturas de Lope de Vega y preguntando cómo puede conseguir un ejemplar del Elogio de la locura, de Erasmo de Rotterdam?
Ese montuvio tiene hoy 87 años, se llama Dumas Mora, nació allí mismo donde ha envejecido -Calceta, Manabí- y, aunque ha decidido darse una tregua justa y necesaria, habla con vivo entusiasmo de su pasión de toda la vida: los amorfinos.
Descalzo, con una barba crecida al descuido como la hierba que le circunda, bajo un sombrero de ala corta, bien pudiera responder con un verso todo cuanto se le pregunta, porque si hay algo de lo que presume, es de su memoria.
“Nací en 1930, en una casa de aquí cerca, en El Corozo, Calceta. Mi padre era agricultor, un hombre correcto y honesto, al igual que mi madre, que nació en 1898. Mi padre era de 1901”.
Sus palabras, algo atropelladas, celebran cada suceso de su existencia, incluso aquellos de los que podría pensarse no lo merecen, como esa de asegurar que ‘Dios a todos les dio menos a él’.
Desde su balcón, el verde del campo, intensificado con las últimas lluvias, recuerda que su mundo, desde muy chico, también tuvo que ver con las exigencias a la tierra, no siempre generosa.
Muy pequeño tuve que ayudar en las cosas del campo, ayudar a parar la olla, no había de otra. Aunque sí fui a la escuela, nunca me inscribí. Iba a clases a cualquier grado, pero nunca pasaba, ni hacía deberes”, cuenta Dumas, aquejado de una nostalgia que se le nota en los ojos chicos.
De aquella época recuerda que nació su amor por los libros y la lectura. El sitio que más frecuentaba era una biblioteca que había en la escuela San Martín de Porres, la cual atendía en tres horarios a los que nunca faltaba.
“Yo te estoy hablando de 1940, cuando era más fácil que llegaran libros de Europa que desde Quito, porque a Bahía o a Manta llegaban grandes barcos con ese material”. Así, de esa manera, huyendo de los profesores pero hurgando en las bibliotecas, supo que existieron Plutarco, Séneca, Voltaire, Rosseau y Cicerón, personajes sobre los que leyó en una especie de ejercicio para lo que vendría.
En media charla, un mosquito agresor se le pega en el entrecejo y Dumas lo acusa de haberle picado sin condón. Ríe de buena gana y la alegría le queda durando en una sonrisa que no se irá de su boca por el resto de la mañana.
“Como le iba contando, leía de todo. Además, mi padre, aunque no era muy estudiado, tenía una letra bellísima. En las reuniones familiares y de amigos también le gustaba contar chistes, decir bromas y, claro, los amorfinos”.
Como hecho determinante, por ese mismo tiempo, cada 12 de Octubre, en Calceta se organizaban fiestas en las que se elegía a la reina, una joven a la que, luego de un largo proceso -que incluía la rigurosa aceptación de los padres- se le dedicaba una poesía, escrita en papelitos rosados que vendían en las pocas tiendas que había.
“Cuando los vecinos lo veían comprando esos papeles decían: este ya anda en algo”.
10.000 versos y hasta más
En 1942, el niño Dumas Mora fue escogido para acompañar a la reina y dedicarle unos versos. Así, desde entonces, comenzó su oficio de juglar yendo y viniendo por los rincones de Ecuador, muchas veces caminando varios kilómetros, sin más beneficio que el de dar a conocer el arte de la juglaría.
“He escrito más de 10.000 versos, algunos muy calientes, pero todos con humor. Prácticamente no hay cosa sobre la tierra a la que no le haya escrito. Ahora mismo compuse una sobre el machete”.
Dichas estas palabras, Dumas se escurre hacia su cuarto, con paredes de caña y mosquitero a medio recoger, y muestra cientos de hojas con sus creaciones recientes, porque las más antiguas -afirma- sufrieron un misterioso extravío que no sabe explicar.
“Tenía siete cuadernos, pero se perdieron. No sé qué les pasó, pero allí tenía todo lo que había escrito desde joven”.
Para evitarse este tipo de contratiempos, le ha dado a una nieta unos originales para que los transcriba en computadora. La labor, por la gran cantidad de escritos, avanza a paso lento, tan lento como los pasos de su autor, confeso admirador del Che Guevara y del líder de la Revolución Liberal, Eloy Alfaro Delgado.
“Ahora ya casi no salgo. Estaba averiguando qué programa hay para el 28 de enero (día en el que fue asesinado Alfaro) en Montecristi , a ver si me daba un brinco por la plaza y recitar algo”.
Por momentos la mirada se le agacha y se le queda así hasta que otro recuerdo lo trae de vuelta.
Preguntado sobre cómo le hace para vivir, muestra un chanchito de alcancía al que le mete, cuando puede, solo centavos. Nunca otra moneda. Está convencido de su valor y se aferra a él como si, una vez lleno, le fuera a deparar una gran ayuda económica en estos tiempos “de vacas, chanchos, chivos y gallinas flacas, todo flaco”.
“Por aquí viene todo mundo, pero nadie me da nada. Llegan turistas de Alemania, de Italia, España, Inglaterra, pero yo siempre les regalo lo que hago. Si alguien quiere dejar algo, lo acepto, pero solo si es voluntario”.
Eso que hace son sombreros de zapán -corteza seca de las matas de banano-, algunos de cuyos ejemplares se hallan regados en su patio, a manera de exhibición.
Aunque no pasan de seis, Dumas los cuenta, cada día, como si fuera la única recitación que nunca termina de aprenderse. (I)
Datos
Un dato curioso de su casa es una pila de libros caídos en el suelo. Se cayeron durante el sismo y el se niega a recogerlos como recuerdo de aquella tragedia.
Tiene varias distinciones a su haber, entre ellas una extendida en el año 2004 por la Casa de la Cultura Ecuatoriana, Núcleo de Manabí, que lo nombra como Juglar Popular de Manabí.
Dumas posee una nutrida biblioteca de al menos 200 libros. Allí se puede leer a Borges, Cervantes, José de la Cuadra, Lope de Vega, Pablo Neruda, entre otros.