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Los meses entre junio y octubre son ideales para ver a los cetáceos

Un viaje a la isla Salango, un paraíso en el corazón de Manabí

Un viaje a la isla Salango, un paraíso en el corazón de Manabí
14 de diciembre de 2014 - 00:00 - Anna Tapia Ruiz. Estudiante de Comunicación UEES

En noviembre, después de escapar de la anárquica Montañita, descubrí las maravillas subacuáticas que ofrece nuestro ‘tricolor’ país.

El inconfundible olor a pesca fue la señal inequívoca de que había llegado: allí está el muelle de Puerto López. Alberga cientos de historias de viajeros que llegan cada año con la ilusión de divisar, de cerca, animales endémicos: piqueros de patas azules, patirrojos, delfines tropicales y, por supuesto, ballenas jorobadas. El calor del cemento traspasa la planta de los zapatos y la potente luz del sol de mediodía produce la ilusión óptica de que en el paisaje hay una espiral de colores rojizos.

-¡Al fin llegamos!- exclamó Coralie Grm, una amiga francesa, quien desde hace 4 meses es estudiante de intercambio en Guayaquil.

Según las estadísticas, existen 1’273.166 potenciales turistas que llegaron a Ecuador este año para conocer las diferentes regiones y paisajes que ofrece el país de la Mitad del Mundo, y muchos, como nosotros, realizan el conocido viaje por la Ruta del Sol, donde Manabí es una parada obligatoria.

En la punta del muelle, donde todo parece más grande, esperaba don Julián, quien indicó que se debe hacer una fila. “Hay que contarlos, parecen muchos”.

Al igual que don Julián, existen cerca de 20 dueños de yates registrados que transportan turistas en las costas de Puerto López. Muchos se preparan a lo largo del año para acompañar a los viajeros en el avistamiento de ballenas jorobadas.

En 1998, el biólogo marino Erich Hoyt hizo el mayor estudio sistemático de observación de cetáceos. Concluyó que los viajes para la observación cercana de ballenas son posibles y Ecuador es uno de los 87 países en el mundo que permiten vivir esa experiencia inolvidable.

El ‘subteniente del paseo’, Aldo (guía), anunció: “Nos encontramos en las aguas de la reserva del Parque Nacional Machalilla”.

Rodeado de un ‘valle’ azul y con cuevas altas y oscuras cada visitante se adentra en aquel paraíso conocido como isla Salango. Los pequeños animales asomaban por las costas: una patita azul, una aleta salpicando las aguas. Hacen sentir al turista en una postal en la que ‘All you need is Ecuador’ cobra vida. Las ballenas se hacen esperar; mientras tanto hay otras maravillas que observar.

Después de una hora, se pueden fundir las manos en el azul del mar y en la arena blanca.

Una vez soltada el ancla y amarrados a puerto seguro, al saltar de la nave se siente los corales muy cerca de los pies, se ven los colores y texturas, como si se estuviera en otro mundo. Puerto López es conocido a nivel mundial por permitir a los viajeros estar a pocos metros de las ballenas. “Aunque noviembre no es ese mes”, explicó el guía.

 De junio a octubre son los meses ideales para ver a los cetáceos, ya que en esta época emigran del Polo Sur con el fin de aparearse y ver nacer a sus crías. Se calcula que este año el número de visitas a la reserva llegue a 40 mil.

 La Parcela Marina, en la isla Salango, 3 kilómetros al sur de Puerto López, es el sitio preciso para realizar buceo de aguas profundas, de superficie o snorkeling, surf, velerismo y kayak. Se puede disfrutar de la invaluable observación de peces de arrecife, concha spondylus y el extensamente protegido banco de coral blanco.

El kayak es un deporte de origen esquimal. Viene de la palabra inuit que significa ‘bote de hombre’ o ‘pedazo de madera flotante’, ya que se construía a la medida del palista. Las palas, que se necesitan para practicarlo, se transforman en una extensión de los brazos y convierten a los deportistas en los ‘hombres-bote’. Así se recorre de cerca las cuevas de la isla, entre ellas una con la forma peculiar de un mono, llamada coloquialmente ‘King Kong’.

El snorkeling o buceo de superficie se practica en esta zona, ya que la cercanía con las especies permite, sin alejarse mucho de la superficie, ver lo que se oculta bajo las aguas. El extenso arrecife de coral se ve a través del vidrio de los equipos de snorkel. Los peces de todos los colores, inmutables, lucían sus movimientos.

La textura del arrecife, rugosa y suave, se intensifica al tacto de las manos con el agua, y su color blanco se transparenta. Peces del tamaño de meñiques danzan alrededor de los corales y rozan las estrellas de mar azul grisáceo. Unas horas maratónicas que dejan exhaustos, pero con una satisfacción que pocas veces en la vida se consigue.

Al volver al yate se respira nostalgia. Los rostros detrás de la lente dibujan una sonrisa por los momentos vividos, pero ocultan un sentimiento de lejanía.

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