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La política ecuatoriana en medio de la pandemia

La política ecuatoriana en medio de la pandemia
Cortesía
30 de diciembre de 2020 - 00:00 - Gabriela Larreátegui

El desprestigio de la política nacional, y obviamente de sus actores, es consecuencia de un desgaste paulatino dado a través de los años, y que la pandemia ha puesto en mayor evidencia.

La pandemia nos cogió desprevenidos a los ciudadanos y a los gobernantes, nacionales y locales, no hubo coordinación ni planificación. Ha quedado demostrado la importancia de políticas económicas que permitan contar con fondos de emergencia para atender a la población más vulnerable en sus necesidades primarias, como haría cualquier buen padre de familia, contar con ahorros que permitan reaccionar en casos de urgencia, y no esperar a curar, sino prevenir.

De enero a octubre de este año se hicieron 8299 contrataciones bajo declaración de emergencia, por más de 247 millones de dólares estadounidenses. De varios de estos contratos saltaron escándalos de corrupción, sobre todo en compra de medicinas, que es donde más escrúpulos se debería tener al tratarse directamente de la vida del ser humano, pero nos hemos encontrado una corrupción inverosímil, en la que están involucrados políticos viejos y actuales, que se aprovecharon de la pandemia y del sufrimiento de la gente para enriquecerse. Es increíble pensar que veinte años después, una familia entera que robó a nuestro país, lo siga haciendo, siga en la esfera política, y de hecho, tenga apoyo popular.

La corrupción es el gran cáncer del Ecuador. Pero además, nuestro país tiene otra enfermedad catastrófica llamada “populismo”. Cuando más necesidades básicas insatisfechas tenemos, el populismo vuelve a atacar y con más fuerza. Políticos -candidatos o no- que ofrecen lo incumplible o lo insostenible: “Rentas básicas universales” financiadas con (rimbombante) instrumentos de política monetaria que crean un supuesto circuito monetario de producción, pero que en realidad significa emisión inorgánica de moneda, que afecta directa y mortalmente a la dolarización; ofertas de hacer -desde la Presidencia de la República- que tal o cual equipo quede campeón; ofertas de “mil dólares a un millón de familias” y otra de “mil dólares a todo ecuatoriano mayor de 18 años”. Y lo peor, es que siempre hay quienes les creen y les darán sus votos.

La crisis institucional es profunda. Ninguna de las cinco funciones del Estado (que deberían ser tres) goza de credibilidad. Del Consejo de Participación nos quedan los escándalos; el CNE genera solo desconfianza en las elecciones que están por venir, e igual el concurso de jueces a la Corte Nacional que lleva adelante el Consejo de la Judicatura, y al cual acaban de renunciar la mitad de los veedores; jueces que no imparten justicia; el Ejecutivo lleno de escándalos de corrupción y carente de liderazgo; y una Asamblea Nacional llena de escándalos, y rechazada por la mayor parte de la población. Los asambleístas, nuevamente candidatos, no están obligados todavía a tomar licencia para la campaña, pero ya están en campaña y dejan de lado sus labores de asambleístas. Se conectan a las sesiones, pero no tienen el compromiso ni la responsabilidad para aportar en las leyes que se están discutiendo: timbran, pero no están.

En medio de todo esto tenemos ciudadanos cada vez más decepcionados y sin ganas de involucrarse. Ciudadanos que han estado más atentos a las noticias durante este tiempo de pandemia, pero que cada vez los encontramos más hastiados de la política y de los actores políticos. “Solo déjenos trabajar” te dicen, sin estar conscientes de que su trabajo, y de todo el Ecuador, depende de las políticas económicas que se apliquen en el gobierno.

Saldremos de esta pandemia, y ojalá salgamos más conscientes, más solidarios, más “personas”. La educación y una verdadera formación en valores, es la única forma que el país pueda salir adelante. Estar conscientes de que mi derecho termina donde empieza el ajeno. Que toda corrupción es mala, no solamente la que viene desde el gobierno, que no porque sea “normal y todo el mundo lo haga” quiere decir que esté bien, que es más fácil respetar las normas que pelear con el agente de tránsito.

El futuro y el bienestar está en la honestidad de todos.

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