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Egipto, entre el islam y el continuismo

Egipto, entre el islam y el continuismo
28 de mayo de 2012 - 00:00

Egipto vive su momento más importante tras el estallido de las Revueltas Árabes en 2011. Tras 18 días de levantamiento en el corazón neurálgico del gigante árabe, la plaza Tahrir, el presidente Hosni Mubarak abandonó el poder. Dejaba atrás 30 años de despotismo, de corrupción, de detenciones injustificadas y toda la riqueza concentrada en una oligarquía selecta. Una junta de 20 militares asumió los poderes y se autodenominó como único árbitro de la transición.   

Pero a lo largo de estos 15 meses, la Junta Militar ha demostrado guiar la transición en favor de sus propios intereses. Se aprovechó de la Revolución para alcanzar el poder y, sin embargo, emprender después una contrarrevolución desde arriba. Ha acusado a los protagonistas de Tahrir de desestabilizar el país durante estos meses y de estar financiados por las potencias de occidente.

Fue durante el referéndum de la Antigua Constitución, el 19 de marzo del 2011, cuando la unidad del movimiento revolucionario comenzó a resquebrajarse. “Mientras los islamistas se aliaron con los militares para ascender en el poder, nosotros seguimos protestando por la instauración de un régimen civil y la creación íntegra de una nueva Constitución”, comenta a El Telégrafo Ahmed Maher, fundador del movimiento activista 6 de abril, uno de los precursores de las revueltas.  

Y efectivamente, durante los primeros meses, Junta e islamistas trabajaron de la mano, interesados unos y otros en intervenir en la elaboración de una Constitución que mantuviera los privilegios de ambos.

El panorama dio un giro inesperado tras las sorprendentes elecciones parlamentarias del 28 de noviembre, donde los islamistas ganaron con una arrasadora mayoría (36% los Hermanos Musulmanes, 27% los salafistas) y asustaron al poder militar del temible avance del Islam en las instituciones. Ambos rompieron relaciones y comenzaron una lucha abierta por el trono presidencial.

Fijadas las fechas para las elecciones (23-24 de mayo la primera vuelta, 16-17 de junio la segunda), la Junta no reparó en mostrar sus intentos desesperados por colarse en la carrera electoral. Su candidato fue Omar Suleiman, que terminó siendo descalificado por el comité electoral junto con los otros dos líderes islamistas: Jairat el Shater, Hazem Abu Ismail. La batalla entre los dos grupos terminarían polarizando a la sociedad.

Sociedad polarizada

Durante los últimos meses, los disturbios, el afán de poder de los militares, y la mala experiencia de los islamistas en el Parlamento, han dividido a una sociedad que ha puesto todas sus esperanzas en las recién estrenadas elecciones presidenciales.

La juventud laica y pro revolucionaria seguía demandando un estado civil que trajera a las instituciones “pan, libertad y justicia”. Muchos han depositado su confianza en los candidatos de izquierdas, como Hamden Sabahi. Mohamed es encargado de un restaurante y cree que Sabahi era el único candidato que regeneraría Egipto. “Solo un candidato de izquierdas devolverá la justicia a las clases pobres y renovará un sistema que lleva décadas podrido. Hay que retirar a los militares del poder, pero también evitar que los islamistas controlen toda nuestra política”, comenta Mohamed a El Telégrafo.    

Pero algunos de los revolucionarios prefirieron decantarse por el moderado islamista Abul Foutuh. Un candidato que ha conseguido unir a islamistas y a revolucionarios con un objetivo común: retirar a los militares y a los ex de Mubarak del gobierno. Ali, un estudiante de empresariales de 21 años, considera que el programa de este candidato era más realista que los de izquierdas. “Egipto necesita un candidato de transición. Un islamista como Futouh retirará a la Junta del poder y emprenderá una política progresista que convierta a Egipto en un país económicamente competente”.

Pero la maniobra contra la Revolución, emprendida por los militares desde que alcanzaron el poder, ha dado resultado. Muchos egipcios están cansados de tantos meses de protestas y del problema económico que ha provocado la transición. La inseguridad y los enfrentamientos repetidos provocaron la caída de la bolsa un 50% en 2011 y el turismo se desmoronó un 30% en un solo año.

La Junta, y candidatos como Ahmed Shafiq, han culpado directamente a los revolucionarios de recibir instrucciones de potencias extranjeras. Por eso, muchos egipcios han olvidado los valores de la Revolución y vuelven a mirar con nostalgia un gobierno represivo que devuelva la tranquilidad. Es el motivo por el que Ahmed Shafiq ha conseguido tantos votos en las elecciones.

Hesham, un antiguo coronel de la marina, cree que el orden debe restablecerse para que Egipto pueda progresar. “Estamos cansados de manifestaciones, pintadas, existe un miedo a que estas protestas terminen convirtiendo a Egipto en un país sin ley”, comenta Hesham a El Telégrafo. “No es justo relacionar a Shafiq con el régimen de Mubarak, si mi jefe es corrupto, ¿deberían acusarme a mi también de corrupción?”, señala.

Pero Shafiq es también anhelado por los que quieren frenar el ascenso de los islamistas. “Si estos ganan la presidencia, nuestro país se convertirá en un estado como el de Irán, y la comunidad copta saldremos a rebelarnos. Si Shafiq sale vencedor, los meterá a todos en la cárcel”. Dice a El Telégrafo Mona, una joven cristiana de 29 años que asegura que apoyó la Revolución.

Según el panorama que dibujan las últimas filtraciones de los resultados, sería el candidato de los Hermanos Musulmanes, Mohamed Mursi, el ganador de la primera ronda de votaciones, con un 25% del 90% del escrutinio. El segundo lugar, como indicaban los sondeos, sería para Ahmed Shafiq, con un 23%. Si así fueran los resultados oficiales, el nuevo escenario se dibujaría entre islamitas contra los continuistas del viejo régimen.

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