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Ecuador, 19 de Enero de 2025
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El Telégrafo
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Entre el 17 y 20 de diciembre de 1930 se realizaron sesiones solemnes

La celebración de un centenario en 1930

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El historiador francés Pierre Nora decía que la memoria es “la economía general del pasado en el presente”,[1] es decir, la presencia del pasado convertida en una aspiración del presente. En la relación pasado-presente afloran las memorias, cuya distintas versiones configuran ideas y representaciones de tiempos históricos y/o míticos que se transmiten mediante rituales públicos y recordatorios que fortalecen sentidos de cohesión e identificación grupal. Esos rituales son las conmemoraciones, entendidas como las celebraciones de los hechos del pasado que son dignos de ser recordados, de modo que existen “economías de la memoria”, no exentas de “políticas de la memoria” que las engloban, dentro de un horizonte ideológico, político y cultural.

A la hora de detectar las aspiraciones y utopías sociales, también debemos leer los proyectos y visiones particulares que tienen las sociedades humanas sobre el pasado. Por ello, resulta importante reparar en la construcción de imaginarios basados en la idea de conmemorar o recordar las “gestas” comunitarias.

Un ejemplo de lo anterior se observó en la conmemoración del centenario de la muerte del Libertador Simón Bolívar. El Centro de Investigaciones Históricas -institución que congregaba a los principales historiadores de Guayaquil- fue la institución encargada de organizar los actos conmemorativos.

La preparación del evento comenzó dos meses antes del día señalado (17 de diciembre de 1930), con el diseño de un programa cívico de alcance nacional, “para lo cual se contaba con la aprobación patriótica […] de parte del Gobierno, de las autoridades locales y de la Sociedad Bolivariana de la Capital”.[2] Se buscaba rendir tributo a la memoria del “Padre de la Patria”,[3] como fue llamado Simón Bolívar en los discursos, cumpliéndose así con uno de los objetivos del Centro de Investigaciones Históricas: convertirse en una “institución destinada a recordar los grandes acontecimientos de la historia patria”.[4]

Actos propagandísticos

El programa oficial fue aprobado por las autoridades civiles, militares y eclesiásticas, así como por las instituciones “tradicionales” de Guayaquil, entre las que estaban el Conservatorio Nacional de Música, el Benemérito Cuerpo de Bomberos y la Sociedad Filantrópica del Guayas, además “contando con la cooperación de la prensa, de los elementos intelectuales […], de la clase obrera en general”.[5]

Entre los días 17 y 20 de diciembre de 1930 se realizaron sesiones solemnes, repiques de campana, cañonazos, marchas, retretas, celebraciones litúrgicas, veladas, desfiles y ofrendas florales en el Parque Bolívar y hasta la inauguración de un campo de aviación bautizado con su nombre. Uno de los principales actos propagandísticos que efectuó el Centro de Investigaciones Históricas fue imprimir una hoja volante que se repartió en las calles, momentos antes de la hora exacta del centenario suceso. El impreso decía:

“Al pueblo de Guayaquil. Faltando cinco minutos para las dos de la tarde, las sirenas del Cuerpo de Bomberos darán una señal para que todos los ciudadanos suspendan sus ocupaciones y guarden cinco minutos de estricto silencio y recogimiento, como homenaje respetuoso de la ciudad al Libertador al cumplirse hoy cien años de su fallecimiento en Santa Marta. El Centro de Investigaciones Históricas pide encarecidamente al glorioso pueblo del 9 de Octubre, en aras de la cultura que siempre ha manifestado en los actos cívicos, cumpla voluntariamente esa disposición en forma que no aparezca la menor nota discordante, a fin de que el silencio sea completo y se suspenda todo tráfico, ruido o bullicio para que dicho acto tenga la solemnidad del caso”.[6]

Al día siguiente, la prensa testimonió el “buen comportamiento cívico” de los transeúntes del centro de Guayaquil, quienes al escuchar las sirenas de los bomberos, paralizaron inmediatamente sus actividades: “ni tranvías, ni automóviles; nadie ni nada circulaba […] Pasado el tiempo reglamentario señalado en el programa, volvieron las sirenas a dar la voz de actividad, y ésta quedó restablecida […] Todos los ciudadanos, donde les encontró el silencio elevaron un recuerdo o dijeron una oración mental por el grande espíritu del Libertador”.[7]

Este último aspecto sugiere el diálogo entre la conmemoración cívica y la tradición religiosa; es decir, el patriotismo como “religión del Estado” se mezcla con las creencias cristianas, plasmándose un sentido de adhesión y el lazo imaginario que une a los integrantes de la nación entendida como “comunidad imaginada”, porque, como dice el historiador Benedict Anderson, si bien la gran mayoría de los habitantes de un país no se conocen y “no conocerán jamás a la mayoría de sus compatriotas […] en la mente de cada uno vive la imagen de su comunión”.[8]

[1] Pierre Nora, citado en Jean Pierre Rioux, “La memoria colectiva”, en Biblioteca Virtual de Ciencias Sociales, www.cholonautas.edu.pe/modulo/upload/Rioux.pdf, p. 9.

2 “Centenario de la muerte del Libertador”, en Boletín del Centro de Investigaciones Históricas, Guayaquil, Tomo I, No. 1, Imprenta Municipal, 1931, p. 54.

3 Ibídem, p. 55.

4 Ibídem, p. 54.

5 Ibídem, p. 55.

6 “Los actos del centenario”, en Boletín del Centro de Investigaciones Históricas, Guayaquil, Tomo I, No. 1, Imprenta Municipal, 1931, pp. 59-60.

7 El Telégrafo, Guayaquil, 18 de diciembre de 1930.

8 Benedict Anderson, Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo, México, Fondo de Cultura Económica, 1993. (O)

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