Alfaro y Guayaquil
En el año de recordación del centenario de la muerte del máximo líder político de la historia del Ecuador, General Eloy Alfaro Delgado, en el contexto de un trágico episodio conocido como la “hoguera bárbara”, se han realizado varios actos públicos y el ciudadano común ha percibido la importancia de movilizar la memoria social en torno a uno de los hombres que más favorecieron el desarrollo social, económico y cultural del país de la mitad del mundo.
Sin embargo, quien fuera reconocido como “el mejor ecuatoriano de todos los tiempos” aún no es comprendido en toda su dimensión histórica. Y no lo es porque sobre su memoria se ha cernido, a lo largo de todo un siglo, un manto ideológico que impide y bloquea su adecuada historización.
Uno de los aspectos que se han pasado por alto es la vinculación de Eloy Alfaro con Guayaquil.
En el transcurso de las campañas montoneras que lo llevaron al poder, el Viejo Luchador tuvo que pactar con grupos dirigentes para viabilizar su proyecto político. Por ello, logró inicialmente el apoyo del sector agroexportador de Guayaquil para financiar el avance de sus milicias a la región interandina.
Así se inició una guerra civil que culminó con su entrada triunfal a Quito, en septiembre de 1895, luego de sumar nuevos aliados, como una pequeña burguesía serrana y sectores populares de indígenas y campesinos mestizos, quienes se unieron a los montubios, cholos y afro de la Costa que constituyeron su histórica base social.
Ninguna de las historias serias que se han escrito sobre el proceso liberal radical niega el vínculo emotivo que tuvo Alfaro hacia Guayaquil. Allí lo proclamaron Jefe Supremo, el 5 de junio de 1895, y le exhortaron, una vez más, a volver al país y encabezar la revolución.
Fue el verdadero pueblo de Guayaquil: los montubios, negros y cholos “pata al suelo” quienes le aclamaron al grito de “¡viva Alfaro, carajo!” en las calles, plazas y cuarteles. Así, una muchedumbre al mando del cabecilla alfarista Plutarco Bowen sitió la ciudad, lo que obligó a los grandes comerciantes del puerto a pronunciarse, a pesar suyo, en favor del “indio Alfaro”, ya que la agitación popular era incontenible y desbordaba todo cálculo político de la burguesía.
Guayaquil fue el epicentro de las ideas liberales radicales de cambio social que ya se anticipaban antes de su llegada al poder: “Ya viene Eloy Alfaro/ del pueblo de Guayaquil/ y del maletero trae/ el matrimonio civil”, decía una canción popular de 1892. Y es más, del puerto surgieron los primeros vientos libertarios cuando la prensa radical se convirtió en punta de lanza del proyecto alfarista, desde 1883.
Aunque muchas fueron las razones que ligaron a Alfaro con Guayaquil -al punto que dispuso que sus cenizas se depositaran al pie del Guayas-, vemos con sorpresa que las autoridades municipales encargadas de la gestión cultural en la ciudad de Olmedo no se han pronunciado como debían, en el centenario de la “hoguera bárbara”.
Y es que si bien la derecha ecuatoriana nunca reivindicó el ancestro liberal alfarista –en realidad, podía hacerlo, porque con Alfaro el país se insertó en el mercado mundial del capital-, lo anterior no debería impedir el reconocimiento de Guayaquil al innegable legado de modernización y progreso que dejó a la ciudad y la patria.
Ya es hora de que Guayaquil recupere la memoria de Alfaro y se apropie de sus históricos logros revolucionarios, que siempre fueron suyos, aunque una exposición de dioramas presentada por la actual administración municipal e instalada en el Malecón, desconozca olímpica y penosamente la trascendencia de la Revolución Alfarista para Guayaquil y el país.
Los guayaquileños de a pie, principalmente aquellos ciudadanos que fuimos educados en los valores del laicismo -acaso la principal herencia de Alfaro y su Revolución Liberal Radical-, debemos pronunciarnos para exigir a las autoridades del gobierno local y central que se honre con generosidad y altivez la memoria de los actores y procesos sociales que contribuyeron a hacer del Ecuador una nación más igualitaria.