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¿Los bienes históricos generan valor?

¿Los bienes históricos generan valor?
24 de diciembre de 2012 - 00:00

Por Alfredo Verdezoto

 

A lo largo de la historia, el hombre permanentemente ha buscado respuestas acerca del valor de las cosas y de los fenómenos que le rodean. Esta reflexión axiológica se ha expresado en aspectos morales, éticos, jurídicos, religiosos, estando la Economía también inmersa en dicha medición y sus cuestionamientos yacen en el cómo se debe entender y valorar los bienes económicos dentro de la sociedad.

Ciertamente Adam Smith, el padre de la Economía Moderna, debe tal denominación a haber sido él quien dé una respuesta alternativa a doscientos años de indagación de la fuente del valor real
de las cosas y, en ese sentido, a la fuente misma de la riqueza. 

Los mercantilistas la habían encontrado en el comercio exterior; los fisiócratas yendo un poco más allá, trasladaron el origen de la riqueza de la esfera del cambio a la de la producción: la valoración de los bienes agrícolas. Smith condicionó a la riqueza a través de dos factores: primero, a la cantidad de trabajo necesaria para producir determinados bienes (valores de uso); y segundo, en el trabajo como elemento
social, es decir, en bienes que al ser ya transformados son intercambiados en la sociedad (valor de cambio).

Por ello, los bienes cuando mayor valor de uso tienen,  su valor de cambio a la vez se incrementa.

En lo posterior, la escuela económica de la utilidad marginal, con W. S. Jevons, Carl Menger y León Walras, fundamentados en las ideas del padre de la economía, dan un paso más allá en el entendimiento del valor, y la encuentran manifiesta a partir de la utilidad subjetiva que brindaç al individuo, que mientras más satisfecha es, sus rendimientos son cada vez decrecientes.

A partir de ello, se desarrollan categorías como las de precio, oferta y demanda y por ende la idea de mercado. Sin embargo, después de dos siglos que los fundadores de la Economía Moderna reflexionaran sobre estos aspectos, el mundo cambiante nos muestra que su epistemología se basó en una falacia, pues al hacer depender el valor de uso al de cambio, se está aseverando que la transformación de bienes obedece a la necesidad de que estos sean transados en el mercado.

Según ellos, si consideramos el sistema económico como un gran conglomerado de mercados interdependientes, el problema central de la investigación económica estriba en la explicación del proceso de cambio, o más concretamente, en la explicación de la formación del precio: los bienes tienen su valoración en función del precio que puedan tener. En este orden de ideas, la evidencia muestra que existen muchos bienes que pese a tener un bajo valor de cambio, es decir, que no son necesariamente transables, poseen un alto valor de uso; los bienes no necesariamente deben tener mercado para justificar su existencia.

Un ejemplo claro de estos son los bienes patrimoniales: monumentos, iglesias antiguas, edificios coloniales que poseen un valor intrínseco.

Los bienes patrimoniales pese a no tener mercado explícito, pues el disfrute de éstos no posee valoración monetaria, muestran su valía a través del bienestar que ellos permiten alcanzar para la sociedad. En ese sentido, existen importantes estudios como el realizado por el profesor Rémy Pru’homme, de la Universidad Paris XII, que observa el aporte de los bienes patrimoniales para mejorar las condiciones de vida de las personas. Pru´homme efectuó una evaluación del impacto social de los bienes patrimoniales en Europa. 

Realizando regresiones multivariadas, y mediante estimadores -como la t de student-, se consideraron variables tales como: el empleo, el desarrollo social y económico de los sitios aledaños a los bienes patrimoniales, ingresos, salarios, migración neta, empleo en servicios y comercios locales, puestos de trabajo en sectores recuperados, etc.

Las conclusiones fueron importantes, pues se comprendió que el Patrimonio contribuyó con la calidad de vida de las comunidades o áreas beneficiadas, dándoles sentido de lugar, de identidad, propiedad y participación en la comunidad.

En términos más generales, la cultura y el patrimonio no sólo son vistos como “facilitadores”
de la economía, sino que generan bienestar colectivo y bienestar individual; son componentes del capital social.

Además, el Producto Nacional Bruto no se puede limitar, o la tasa de crecimiento, para evaluar el grado de desarrollo de cualquier país, se debe considerar el patrimonio cultural.

Finalmente, se identifica al patrimonio como “un sector económico en sí mismo”, utilizando los recursos, la producción de productos y generar el retorno de los beneficios y el empleo. En Ecuador, un caso que se muestra como ejemplo de cómo los bienes patrimoniales son un aporte al bienestar económico comunitario es la empresa de Ferrocarriles. Ellos desde la rehabilitación de la obra magna de Alfaro en 2010 han generado 2.740 empleos estables directos y la evidencia muestra que, por cada uno de ellos, existen 6 empleos indirectos, mejorando así la calidad de vida de las comunidades rurales aledañas a la vía férrea.

Este análisis permite visualizar cómo el cambio en la estructura del pensamiento económico en la forma de valorar los bienes, conduce ineludiblemente al replanteamiento de los viejos criterios de mercado, colocando por encima de todo al bienestar social sobre las reglas de mercado y precios.

Además, es una muestra de que en los países andinos se está forjando un nuevo paradigma en el entendimiento de la Economía a nivel mundial: la Economía del “Buen Vivir”.

 

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