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El Telégrafo
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Sigifredo Ibarra, amor en libertad por las lides de cabezales

”Qué locura Mechas” es la frase que adorna al tráiler de Sigifredo Ibarra (i), que sobresalió en la prueba de piques. El torneo se efectuó en Yahuarcocha.
”Qué locura Mechas” es la frase que adorna al tráiler de Sigifredo Ibarra (i), que sobresalió en la prueba de piques. El torneo se efectuó en Yahuarcocha.
Foto: Javier Tamba Guzmán / EL TELÉGRAFO
31 de mayo de 2018 - 00:00 - Redacción Fanático

A Sigifredo Ibarra (46 años) le habría encantado repetir el título de 2017, pero las cosas no salieron como esperaba. Pese a ello, el vicecampeonato lo mantiene como uno de los mejores pilotos de cabezales, el número uno de los nacionales dentro de las competencias que se realizan en el Autódromo de Yahuarcocha, considerando que el campeón de 2018 es el colombiano Bryan Galindo.

Lo cierto es que el colombo-ecuatoriano disfruta de su deporte favorito; las lides de destreza y velocidad las vive al máximo, le recuerdan lo importante de tener a Dios en su camino y luchar por seguir adelante. 

Sigifredo, quien se siente un carchense de cepa, degusta del aire como pocos, han pasado más de cinco años desde que recuperó su libertad tras permanecer 770 días secuestrado por la guerrilla Ejército de Liberación Nacional (ELN), en algún punto de Colombia.

Allí, en la selva, se refugió en la Biblia, las Sagradas Escrituras se convirtieron en las palabras que no escuchaba de su esposa, hijos y amigos; en el aliento que alimentaba su espíritu. Soñaba con volver a casa, almorzar con sus familiares, besarlos, moverse a voluntad.

Los más de dos años que permaneció raptado le enseñaron a valorar aquello a lo que muchas veces no se le brinda la menor importancia. Al acelerar, frenar, dar la vuelta en su tráiler... se siente como alguno de los peces que navegan por el cercano lago Yahuarcocha o como alguna de las aves costeras que por temporadas son huéspedes del sistema lacustre.

Es feliz. El ruido de los camiones, el bullicio de los aficionados, la belleza de las esbeltas modelos que promocionan productos para automotores, el olor a gasolina, el aroma a carne asada proveniente de la zona de comidas... le llenan los sentidos.

Su habilidad en los piques, donde supera a sus rivales, hace imaginar el día de su escape, ese en el que un guerrillero desertor aprovechó el traslado de aquel grupo armado desde el campamento para, en medio del avance, emprender la fuga. El transportista cree que se trató de un enviado del Todopoderoso, un ángel metido en un par de botas.

El 10 de septiembre de 2012 arribó a Quito, la odisea, que en enero de aquel año tuvo como peor capítulo el asesinato de su padre, terminó en un abrazo, el inolvidable reencuentro con sus seres amados. Sigifredo nacía por segunda vez.

Al hablar del torneo, cree que perdió demasiado tiempo en la prueba del perno, donde debía sacar esa pieza de una varilla en rosca. “No estoy acostumbrado a esa manipulación”.

Ya en la premiación, posado en la segunda grada del podio, recibe con entusiasmo el trofeo al segundo lugar,  aunque su mejor premio, el amor de su familia, llegó con él. Su hijo Kemuel (4 años) levanta los pulgares, la medalla de plata es una victoria compartida.

Abajo, en su camión negro, el letrero “Qué locura Mechas”, con el que alude a su facha de pelilargo, evidencia una historia de la que bien valdría la pena escribir un libro.

Competencia
“Fue un éxito”, dijo el directivo Damián Amador, al referirse a la copa de cabezales Mobil Delvac, que concitó a medio centenar de pilotos en la fase previa, quedando 38 para la segunda.

Sumados los resultados de los piques, habilidad y velocidad, el colombiano Bryan Galindo y Sigifredo Ibarra accedieron a la final, en la que Galindo se ciñó la corona al sumar 5 horas con 37 minutos (5h37m), Ibarra hizo 5h39m. Tercero se colocó el también “cafetero” Henry Guio. (I)  

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