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Ecuador, 23 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo
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"El mundo desaparece en el fondo del océano"

"El mundo desaparece en el fondo del océano"
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Miguel Lozano (Montgat, Barcelona, 1979) cree que la gente que vive bien va por la vida sin medias. Uno de sus estados preferidos es ir sin medias, con traje de buzo en neopreno, con un clip en la nariz y pegado a una cuerda que llegue hasta el fondo del mar.

Lozano repite que 12 personas han estado en la superficie lunar, pero solo 6, incluido él, han bajado hasta -120 metros en el mar, sin tanque de oxígeno o ayuda posible.

El 30 de mayo de 2016 se sumergió hasta los -122 metros de profundidad en inmersión libre durante el campeonato Caribbean Cup en Roatán (Honduras). Desde entonces es el segundo hombre más profundo del mundo en esta disciplina y tiene 3 metros de diferencia con el actual récord mundial (-125 m por el ruso Alexey Molchanov).

Tres veces intentó romper este récord. En 2012 descendió -122 metros, en Bahamas. En 2016, -123 m, en Bali; y en 2017 volvió a intentarlo y descendió -125 m. Las tres veces llegó consciente hasta el fondo, pero al girar perdió la noción de todo.

Cada vez que intenta descender para romper su propia marca, y con la expectativa de hacer lo mismo con el récord del mundo, hace descensos en profundidad de más de -100 metros diarios. Su cuerpo tiene que adaptarse a las condiciones del mar. 

Se alista en el agua cinco minutos antes de la salida oficial. Respira con un esnórquel; antes lo hacía en superficie, ahora prefiere hacerlo así porque lo relaja más.

Con la cabeza metida en el agua el ruido que lo rodea se distorsiona. No quiere que el sonido sea nítido, ni escuchar a la gente hablar. Lozano entra en un proceso de ensoñación.  Toma la última bocanada 20 segundos antes del tiempo oficial para bajar.

Cuando ha llenado sus pulmones de aire hace 20 bocanadas pequeñas, no más. Desciende.

Las primeras brazadas son potentes para romper flotabilidad. A los -25 metros desliza más y va más lento. A los -30 m cambia la técnica de compensación. Cierra la glotis, mantiene el aire en la boca y empieza la caída libre.

A los -80 metros suena una alarma. Se repite a los -100. Cuando ha llegado hasta aquí mide las sensaciones de su cuerpo para decidir si seguir o regresar a la superficie. Aunque cada vez que ha intentado romper el récord la única decisión que le vale es seguir.

Aumenta la velocidad. Cuando está -5 m de su marca suena la última alarma.

Para Lozano, que estuvo en Ecuador buceando en las aguas turbias y con microclimas de Manta, ser apneísta, un deporte que no se ha profesionalizado, es pensar que en cada intento puedes morir.

Si se juega la Final del Mundial los nervios pueden copar a los jugadores, pero si de algo están seguros los futbolistas es que en el medio campo no van a morir. “Como mucho me golpean si no marco un penalti, pero no me matarán”, dijo en una entrevista con este diario, durante su breve visita a Manta para dictar un curso de apnea.

Creció a la orilla del mar. Veía cómo su padre pescaba y descendía con una bocanada y cómo sonaba su nariz para compensar el aire que entra por los oídos en el cambio de atmósfera, pero no sabía que aquello era un deporte sino hasta que se lo contaron haciendo esnórquel en Asia. 

Piensa que hay miles de campeones del mundo en todas las disciplinas, pero el récord es para unos cuantos. “El mejor del mundo siempre será el que vaya más rápido o más profundo”.

No sabe si intentará nuevamente romper el récord del mundo. Piensa que los mejores apneístas no son necesariamente jóvenes. Ahora se concentra en dar cursos de apnea, pero está seguro de que no dejará de practicar este deporte que, pese a sus posibilidades, no tiene tantos seguidores. Y posiblemente de nuevo intente lograr un récord mundial. (I)  

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