Por Arturo Barriga

Llegaba el fin de semana y con ello se llenaba nuestra agenda de actividades, y es que si lo nuestro es el deporte, el fin de semana no es para descansar, en el sentido literal del asunto, sino el momento de sacar la libreta y programar, casi con detalle inglés, nuestras actividades.

Que el Grand Slam o los Master Series de la ATP, si a uno lo que le gusta es el forjam de Del Potro o el revés de Federer.

Que la clavada astronáutica de LeBron James o las fintas perfectas de Stephen Curry, si lo que a uno le atraía era el baloncesto.

Como perderse al tiburón norteamericano, Michael Phelps, dueño de todos los récords mundiales, si lo nuestro era la natación.

Y por supuesto la tarea casi imposible de agendar: todos los partidos de fútbol que nos ofrece la Liga Premier de Inglaterra, el Calcio italiano y la Liga Española, más conocida como la de Messi, por ser para muchos el último de todos los genios del deporte rey, dueño de esa única estirpe que nos embruja a los seres humanos y que casi hipnotizados lo intentábamos ver en la tele cada domingo.

A eso por su puesto había que sumarle el campeonato ecuatoriano de fútbol, ese que aunque admitimos es de menor nivel, lo vemos cada fin de semana porque nuestro corazón estaba en la cancha y cada lunes llegábamos ganadores o perdedores a echarnos en cara cada gol, cada jugada y cada triunfo de nuestro equipo favorito.

Hoy, si bien algunos campeonatos han vuelto, no es lo mismo. Estadios sin aficionados y horarios imposibles nos alejan de lo que más nos gusta, esa pasión casi inexplicable que, como dice mi amigo Diego Melo, es "lo más importante de lo menos importante" y nos hace esperar y añorar lo que antes fue y quizás nunca llegue a ser igual. (O)