40 años después, la "pelea del siglo" sigue presente entre los congoleños
Cuarenta años después, el estadio ha perdido su majestuosidad: las vigas están deterioradas y el agua se infiltra en las salas de entrenamiento. Pero el recuerdo del mítico combate entre Ali y Foreman sigue presente en la memoria de los congoleños.
Cada día, decenas de boxeadores amateurs se entrenan a la entrada del estadio en el que se celebró la llamada "pelea del siglo" el 30 de octubre de 1974, entre 2 de los mayores púgiles de la historia, cuando la República Democrática del Congo aún se llamaba Zaire.
Tras la jornada laboral o escolar, hombres, mujeres y niños se citan en ese lugar para repetir ganchos, simular combates, a menudo con el estómago vacío, sin guantes y con uniformes de boxeo improvisados.
Encargado de la seguridad del recinto, Abdelaziz Saliboko Serry les observa con el corazón encogido. Como muchos congoleños, se convirtió en fan del boxeo el día del combate entre Muhammad Ali y George Foreman.
"Yo era un buen boxeador, pero mi padre me obligó a estudiar. Aún tengo ganas de boxear, pero en la cincuentena ya no puedo... Es una pena: podría haber hecho brillar mi nombre como Muhammad Ali".
Ali. En todo el mundo, este nombre ES el boxeo, con toda su brillantez y toda su dramaturgia. Pero en Kinshasa fue aún un poco más allá, porque además del título mundial de los pesados, que recuperó al ganar a su compatriota por nocaut en el octavo asalto, el estadounidense convertido al islam se ganó el corazón de todos los africanos aquel famoso 30 de octubre.
"Ali era de los nuestros. Le consideramos un zaireño que vive en América. A Foreman no le gustaba el contacto con la población negroide. No amaba a esta población y esa fue la clave de su fracaso", asegura Saliboko Serry.
Actualmente árbitro nacional de competiciones amateurs y entonces un niño, Guy Lioki, de 50 años, se cruzó 2 veces con Foreman antes de la pelea: "Foreman era demasiado caprichoso: aunque era negro como nosotros, se relacionaba con grandes personalidades y se interesaba demasiado por las mujeres", explica con desdén.
Todo lo contrario que Ali, si se creen las palabras de Judex Tshibanda, que veía al campeón con ojos de niño maravillado: "Venía a boxear con los niños, tratábamos de golpearle... ¡Le pegué una vez en el estómago!", dice orgulloso este hombre de 52 años, que tras aquel episodio se convirtió en boxeador y que actualmente entrena a jóvenes aspirantes a púgiles.
Dos afroamericanos con actitudes opuestas, con un Foreman incómodo en el corazón de África y un Ali que parecía sentirse como en casa, símbolo de la lucha contra la segregación racial en Estados Unidos: más que el aspecto deportivo, fue también todo el simbolismo lo que llevó a esta pelea a formar parte de la historia, en un contexto de reivindicación del panafricanismo.
Lastrado por una enorme carga política, la pelea se convirtió en una formidable operación de comunicación para el dictador Mobutu Sese Seko (1965-1997), que dirigía Zaire y que aceptó financiar y albergar este acontecimiento deportivo organizado por el promotor estadounidense Don King.
"Un regalo del presidente Mobutu al pueblo zaireño y un honor para el hombre negro", proclamaban orgullosamente los carteles del combate, bautizado como "Rumble in the jungle" ("El rugido de la selva").