Estuve en el Mundial con mi hijo Gabriel, en la fase de grupos, siguiendo a la ‘Tri’ y esperanzado en un sexto campeonato del local. Recuerdo a un niñito de las favelas de Río, con la camiseta del ‘Scratch’, sonriente ante las cámaras fotográficas, pues la pobreza es parte del turismo allí. No olvido a un grupo de muchachas que cantaban himnos a Neymar en los barcitos de Copacabana durante la goleada a Camerún; tampoco olvido, sin embargo, a los muchachos que salieron con dudas del Fan Fest de Brasilia, cuando Neymar no pudo con México. O al taxista que apostrofó a unos manifestantes en la avenida Atlántica de Río porque “el Mundial me da para comer y trabajo en estos días más que en los últimos 2 años”. Si existieron dudas sobre la real capacidad de Brasil, fueron disueltas por la gigantesca maquinaria publicitaria e informativa. Todas las cadenas televisivas daban a conocer cada hora sobre el equipo, sus entrenamientos, visitas, asados, etc. Periodista local que cuestionaba al infalible Scolari en sus ruedas de prensa, era mandado a callar de inmediato. Los programas de variedades se esforzaron por buscar todo ángulo para reportajes que hagan crecer esa ilusión del Brasil campeón. Hasta ahora una cancioncita del mayor banco del Brasil, auspiciante del Mundial, ronda en mi cabeza. Un sublime video verde-amarhelo que hablaba del ‘Scratch’ campeón en medio de la unidad de todos los ciudadanos. Presente en radio y por supuesto en inicio, intermedios y finales de cada partido en la televisión, que por las noches y madrugadas repetía los partidos de Brasil en una desproporción única, por ejemplo, con los partidos del Ecuador ante Suiza, Honduras y Francia. Hoy cunde la desilusión y la frustración en Brasil. Como en 1950, se menta padre y madre de Scolari y todos sus pupilos que no sabían qué hacer con la pelota en el fatídico 8 de julio de 2014, en el ya famoso Mineirao de Belo Horizonte. Son parias, que les vendrá mejor cambiarse de país, a ver si así continúan con sus vidas, perseguidos por los tabloides que, con razón, resaltan la peor de las humillaciones.

¿Serán Scolari y su tropa los únicos culpables? ¿Y la enorme maquinaria publicitaria e informativa que los puso en los cielos en la fase de grupos? ¿No deberían éstos, como Scolari y David Luiz, pedir perdón también al pueblo brasileño, estafado, sumido en la tristeza y el desconsuelo? ¿Qué será del niñito de la favela, orgulloso de su camiseta? ¿Y la garota de Copacabana que cantaba feliz a su equipo? ¿Y los jovencitos de Brasilia, que querían un campeón? ¿Y el chico de Curitiba, que nos cambió su camiseta de Brasil cuando le ganamos a Honduras y se despidió diciendo: ¡Seremos campeones, viva Ecuador! ¿Quién les devuelve la alegría y la esperanza?