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Punto de vista

‘Toda cancha pasada fue mejor’

‘Toda cancha pasada fue mejor’
14 de junio de 2014 - 00:00

Así decía mi amigo mexicano Juan Villoro, lleno de nostalgia, como si estuviera disponiéndose para bailar un tango y no para escribir un texto sobre el fútbol, ‘toda cancha pasada fue mejor’. Y en esa frase sintetizaba no solamente la tristura y la nostalgia de la vieja escuela del fútbol, cuando la camiseta era el barrio, la familia, la patria, la vida, el equipo, el club; era aquella amante perpetua que nos mantendría para siempre pendientes, obsesivos, fieles, visitándola domingo a domingo, mirando por sus ojos de fantasía, militando ciegos en su ideología de colores únicos, haciéndole fintas a la vida, amagando la pobreza de los días lunes, driblando juntos a ese destino cada vez más duro, cada vez más extraño, cada vez más ingrato, perdonando los errores de esta amante imprevisible, sus faltas, olvidando la derrota del último fin de semana, recordando hasta la saciedad el triunfo, de esos muchachos nuestros, del mismo barro, de la misma estirpe, de cuyos pies dependía el mundo.

‘Toda cancha pasada fue mejor’, decía, y suspiraba: ¡Ay de un club que no cultiva santas nostalgias!, recordando a su equipo, aludiendo a la memoria, esa herramienta de la escritura que nos permite volver a vivir lo que ya se ha ido, especialmente los momentos más importantes de nuestra infancia, y de nuestra juventud, y de nuestra madurez; es decir, el fútbol, esa magia circular que rodaba como un sol para calentarnos, para darnos vida, para permitirnos olvidar por unas horas -como en sueño- aquella realidad dura, perversa, injusta, que nos esperaba filuda y venenosa a la salida del estadio. Cuánta razón tenía aquel extraordinario escritor argelino que ‘a medio camino entre el sol y la indigencia’, acuciado por su angustia existencial, decía sencillamente “no hay lugar en el mundo donde un hombre pueda sentirse más contento que en un estadio de fútbol”.

Se trataba de Albert Camus, Premio Nobel que era golero de un equipo de segunda. Es que en ese tiempo, el fútbol no era asunto de vida o muerte sino algo más importante, como dijo alguien que no puedo recordar, y el barrio era ese pedazo entrañable del trajinar diario, esa vecindad fraterna, ese universo simbólico de calles laberínticas y secretas, con su propios mitos y sus propias leyendas, de iglesia, bares y cantinas para ejercer la bohemia junto a Julio Jaramillo o Daniel Santos o la inolvidable Carlota Jaramillo, laberinto de conocidos perros callejeros y de bellas muchachas a las que defendíamos a capa y espada de cualquier extraño, extraño al barrio, aunque ellas no quisieran ser defendidas, y sabíamos de cada una su nombre y apellido, el lugar de sus lunares, la medida de su cintura de avispa, el color de sus ojos y el grosor de sus pestañas, el apodo, el vestido del domingo y las enaguas de sus días regulares.

Sí, amigo Villoro. ¡Cualquier cancha pasada fue mejor!

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