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El Telégrafo
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En las montañas de Ouro Preto el fútbol se vive a otro ritmo

El casco histórico de Ouro Petro fue declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad en 1980 por la Unesco. Foto: AFP
El casco histórico de Ouro Petro fue declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad en 1980 por la Unesco. Foto: AFP
23 de junio de 2014 - 00:00

Anidada en las alturas de Minas Gerais, la histórica ciudad de Ouro Preto es una de las joyas de Brasil, declarada por la Unesco Patrimonio Cultural de la Humanidad. A la sombra de la capital Belo Horizonte, sede del Mundial 2014, el fútbol se vive a otro ritmo, un respiro para los aficionados extranjeros.

La ruta desde Belo Horizonte (centro-este), situada a 85 kilómetros al norte, se adentra en las montañas mineras de este mundo anacrónico y, a medida que se sale del ruido de la gran ciudad, la Copa del Mundo se aleja por el espejo retrovisor del auto.  Cada tanto aparece alguna bandera brasileña colgada de la ventana de una casa en un pueblo perdido, pero del Mundial no se ve mucho más que eso en esta zona célebre desde la época de la colonia por sus minerales, entre ellos obviamente el oro, pero también la hematita, la pirita y el topacio imperial.

Ouro Preto (Oro Negro), ubicada a casi 1.200 metros de altura, es una excursión perfecta de un día o más desde Belo Horizonte para los simpatizantes de los equipos que han jugado o jugarán en el estadio Mineirao, como Colombia, Bélgica, Argentina e Inglaterra.

“Cuando llegué a Belo Horizonte para el partido con Grecia me recomendaron alojarme en Ouro Preto. Llevo una semana, es un lugar estupendo para hacer base”, cuenta Carlos Jurado, un colombiano de 30 años oriundo de Bogotá. 

Programador informático, Carlos tenía entrada para el partido con Costa de Marfil del jueves en Brasilia, pero tuvo que trabajar a distancia de manera inesperada y se vio obligado a quedarse y vender el billete. “Al final vi el partido aquí. No hay mucho ambiente. Los partidos de Brasil un poco más, pero el resto no”, explica sin quejarse con una cerveza sobre la mesa en uno de los bares de la Rua Conde de Bobadelas.                 

Poco ambiente mundialista                 

Símbolo del poder del imperio portugués y brasileño, Ouro Preto fue la capital de Minas Gerais hasta 1897 cuando la naciente república decidió transferirla a la nueva ciudad de Belo Horizonte.
Los extranjeros recorren la hermosa Plaza Tiradentes, eje del casco histórico declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco en 1980, suben y bajan por las estrechas callejuelas de piedra y visitan las magníficas iglesias de estilo barroco minero.

“Hay de todo: franceses, belgas, holandeses, argentinos, alemanes. Hay días que lo que menos veo son brasileños”, afirma Carlos. Los bares y restaurantes tienen televisores y buscan atraer clientela con carteles en la calle, pero lo cierto es que los partidos son seguidos con calma y hasta casi de reojo.

“Paramos en casa de un amigo nuestro cerca de Belo Horizonte. Está casado con una brasileña y nos aconsejó venir de visita a Ouro Preto. Es un lugar tremendo”, dice Marcelo Rodríguez, un argentino de 42 años oriundo de Río Gallegos. 

Su compañero de viaje, Eduardo Villalba, de 41 años, coincide: “La verdad es que 2 días es muy poco. Te quedás con un montón de lugares sin ver”, afirma, embelesado por las magníficas iglesias barrocas desparramadas en Ouro Preto y pueblos aledaños.

Marcelo y Eduardo, como miles de argentinos, llegaron a Belo Horizonte para ver el agónico triunfo de su equipo el sábado ante Irán con un gol de Lionel Messi. En Ouro Preto se ven muchas camisetas albicelestes en estos días y se escucha español a cada paso. Para ellos, la Copa del Mundo también parece lejana en estas montañas: “Hay muy poco ambiente acá. Nada que ver comparado con Río o con Belo Horizonte”, concluye Eduardo.

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