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Ecuador, 22 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo
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Toda una “Mamita”

Le pega con potencia a la pelota sobre el gramado. Con los pies o la cabeza igual define, pero hasta allí  queda la fuerza de la “Mamita”, Walter Calderón, que ante sus cuatro chiquillos se rinde sin condición.

En casa no golpea ni a un mosco. No se eleva como en la cancha, lo único que alza es su voz para lograr que los chicos acaten sus disposiciones. No necesita amenazarlos. Con un solo gesto de bravura en su rostro lo dice todo.

Le obsesiona el orden, exige, mas también colabora como una buena “Mamita” en los quehaceres del hogar. En su casa  nadie lo llama por su apelativo. “No se vería bien, eso es para acá, con los compañeros”, dice mientras sonríe sin parar.

Tira centros en su casa, pero sin balón. Los hace directo al lugar preciso para guardar la ropa, donde no hay un golero que le impida acertar. “Soy de los que arreglan, acomodan y lavan trastos”, se ufana en recalcar.  Pero en la cocina no la emboca.

Ahí falló casi todas las definiciones. Solo una acertó, hace arroz.  Ni siquiera puede preparar su platillo predilecto, que como buen imbabureño es el  arroz con guandul (frijoles), plátano frito y carne, salchicha o huevo (lo que haya). “Tuve interés en saber de cocina, pero nunca llegué a intentarlo realmente”.

La “Mamita” hace poco se restrenó paternalmente. Ronalison Yarel es su último grito de gol genético. Tiene  45 días de vida y confiesa haber vuelto a vivir con las travesuras del pequeño, por el que aguarda en la banca a la espera del anhelado cambio, pero  de pañales. En esa función, como en la delantera, es todo un experto.  Sus tres definiciones anteriores lo hacen un profesional total.

La pequeña “Mamita”

Como premio extra al Campeonato Nacional con Deportivo Cuenca en el 2004,  llegó la pequeña “Mamita”, como  bautizaron los “morlacos” a Yuzara Josefina, su tercera conquista, quien hoy es su compañía en los entrenamientos “albos”  en el complejo Pomasqui.

“Después de un partido, siempre hay menos trabajo, y tienes la oportunidad de traer a los pequeños y compartir esos momentos”.

Cuando Yuzara se cansa corre donde “Mamita” y le pide un refresco. Él intercede ante el fisioterapista, Jaime Flores, y la niña accede a la bebida hidratante.

Así Calderón exhibe en los entrenamientos su condición de progenitor. Mientras hace ejercicios de recuperación física, sigue con la mirada el movimiento de su pequeña, que fiel a la sangre  de ese clan, tiene potencia para empujar el esférico.

Pone a prueba al golero “Dida” y también al primo, el defensa Diego Calderón, incluso obliga a su  “Mamita” a recorrer varios metros para ir en busca del balón.

“Ya no juguemos, descansemos OK” es la determinación de Walter, mientras trae una camiseta “azucena” que un amigo le pidió autografiar. Como si fuera un  aficionado acude a los jugadores para conseguir la firma respectiva, los compañeros se ufanan con el suceso.

El mismo ingenio que la  “Mamita” tiene para definir bajo los tres palos, lo traslada a la búsqueda de nombres a sus hijos. Él los escoge y si es del gusto materno va.

Siempre hay varias alternativas para decidir. Al primero, de 14 años, deseaba llamarlo Cornelio, en homenaje a su abuelo. Pero la madre, Cinthya Congo, dijo que “los niños modernos se enojan con nombres tradicionales”. Entonces le bautizó como Dilan Alexander. La segunda es Kelly Zaneth, de 12 años.

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