Segundo Matamba nació con una pierna más larga y se la acortaron
Veinticuatro de febrero de 1996. En Mar del Plata se disputa el Torneo Preolímpico de Fútbol sub-23. Ecuador y Venezuela chocan por la cuarta fecha del certamen donde la Tricolor decepciona y la selección vinotinto es revelación.
El árbitro de la contienda señala el punto penal. Toma la pelota Segundo Matamba, jugador de Barcelona a las órdenes del combinado nacional. En frente está Rafael Dudamel escupiéndose en los guantes. Suena el silbato y el zaguero ensaya un zurdazo, la pelota se va lejos del arco y el zapato golpea en la cabeza del portero.
La “Tri” pierde 5-2. Este relato forma parte de la anécdota que mejor recuerda uno de los pocos futbolistas que tuvo el privilegio de salir campeón nacional con Deportivo Cuenca.
“Los futbolistas están expuestos a cometer más errores que aciertos en una cancha. Creo que por el zapatazo, Dudamel se hizo buen entrenador”, cuenta entre risas Matamba, en la oficina de la Academia de Fútbol Richard Borja, al sur de Guayaquil, donde colabora en la formación de futbolistas.
Hace poco prestaba sus servicios de entrenador en las divisiones menores de un equipo de fútbol en la ciudad de Guangzhou, China, sin embargo por un problema de salud de su padre decidió regresar junto con su esposa. Dos hijas -el mayor es varón y es entrenador de fútbol- se quedaron en el país asiático.
Es normal encontrar en las redes sociales avisos de oportunidades de trabajo para técnicos de fútbol en China. ¿Aplicaste a uno o viajaste a probar suerte?
No, mandé a una de mis hijas a estudiar mandarín allá hace cuatro años, se adaptó, conoció algunas ciudades y luego me motivó a irme para allá. Y en poco tiempo encontré espacio en las juveniles del Guangdong.
Se nota que te ha ido bien, danos un resumen de tu estadía por allá...
Me hicieron entrevistas a propósito del Mundial y más allá de que mi hija traducía la conversación, el lenguaje del fútbol es universal. El propósito es mostrar la vida de un extranjero en China. El documental saldrá en diciembre.
Estaba súper bien, cambié de club, pero la salud de mi padre es lo más importante.
Situémonos en los años 80. ¿Cuándo pisas por primera vez las canchas de Barcelona?
Vivía en el Suburbio, tenía 10 años, ya había pasado por Filanboy, pero me salí después de que asesinaran en un bus a mi entrenador. No me fue bien con el técnico (Segundo Naranjo) que lo reemplazó y decidí probar suerte en Barcelona como puntero izquierdo.
Fuimos entre 2.500 y 3.000 niños al Reed Park y solo tenía 10 minutos para demostrar mis condiciones.
¡Diez minutos! ¿Qué hiciste en tan poco tiempo? ¿Algún gol?
No había tiempo para hacer nada, se medía por tu carácter, yo era alto y fuerte y eso me ayudó mucho.
¿Ya eras barcelonista?
Tenía poco entendimiento cuando llegué, pero ya después me lavaron el cerebro. Además, como entrenaban todas las categorías ahí, veía a los profesionales y uno comenzaba a soñar.
¿Y de los que comenzaron contigo cuántos llegaron?
Cuando llega Isidro Romero a la presidencia del club, Alfonso Romero (+) -su hermano- se hace cargo de las divisiones menores y compra jugadores de calidad de 9 de Octubre, Panamá, Calvi, Estudiantes del Guayas y otros clubes de la provincia.
Llegaron Nicolás Asencio, José Mora, Agustín Delgado, Carlos Alvarado, Carlos Yánez, Juan Carlos León, Marco Zambrano, Segundo Cortez, Víctor Mina, Carlos Andretta, Ríder Corozo... Barcelona se reforzó así para afrontar el primer torneo juvenil nacional sub- 17.
De los que habíamos comenzado de abajo, desde la escuelita, solo quedamos Juan Madruñero Jr., José Carabalí, Alan Guerrero, Ricardo Toledo y yo.
Y comienzas a sonar por un llamado de Dussan Draskovic a la sub-17 de Ecuador.
Fui preseleccionado para el equipo que luego ganó el torneo en Venezuela, pero no participé porque estaba muy joven en relación con el resto. Yo soy de 1976 y los demás eran de 1973 o 1974.
¿Agustín Delgado fue uno de los zagueros de esa selección?
No, poco antes Dussan ya lo había convertido en delantero. Los defensas de ese equipo fueron Franklin Anangonó, Iván Hurtado, Diego Moreno, Hjalmar Burgos y Marco Caicedo. Después juego, con 17 años, la Copa de las Américas sub- 23 en Bogotá.
Nos fue muy bien. Jugaban José Echeverría, Marlon Ayoví, Héctor y Wilson Carabalí, el “Chino” Gómez, Cristhian Calderón, Wellington Sánchez, el “Tin”, Javier Medina... Excelente equipo.
Y en 1995 pasas a ser el líder de una selección sub-20 con jugadores de gran potencial, entre ellos Belarmino Vélez, Carlos Morán, Luis y Edwin Tenorio, Manuel Mendoza, Wilmer Lavayen, Omar de Jesús Borja, Jorge Justavino, Carlos Gruezo...
Formamos un gran equipo, pero nos quedamos por un empate (1-1 ante Chile capitaneada por Sebastián Rozental en la liguilla). Esa época solo clasificaban tres países al Mundial. Un año después vuelvo a ser
tomado en cuenta para el Preolímpico de Mar del Plata, ahí sí nos fue muy mal. Pero así son los procesos. Los resultados asoman en algún momento. Dussan fue el gran gestor.
Se me escapaba algo, ¿quién te convierte en zaguero?
Moacyr Pinto. Estoy muy agradecido con él porque acertó con esa ubicación. Y a los 15 años logré debutar profesionalmente. El profesor Jorge Habegger me alineó como volante de marca en 1992 frente a Deportivo Cuenca en el estadio Monumental. Jugué junto con Freddy Bravo y Marcelo Hurtado.
Moacyr, Dussan...
Tuve buenos formadores. Dragan (Miranovic) fue extraordinario, lo tuve en la selección del Guayas, en las juveniles de Ecuador porque trabajaba con Dussan y en Deportivo Quito. Tenía vitalidad, te enseñaba enganches, trucos.
Eso sí, de carácter fuerte, pero muy generoso. Ambos eran adelantados. Flavio Perlaza y Moacyr fueron excelentes. Todos se destacaron en el tema futbolístico y en la parte académica.
¿Disciplinado o indisciplinado?
Recuerda que yo vengo del Batallón del Suburbio. Y el fútbol en esa época era violento, los jugadores grandes te cerraban el espacio, era complicado ganarse un puesto. Uno debía sacar esa rebeldía que te da el barrio para luchar por una posibilidad, pero uno se va confundiendo.
¿Con qué te confundías?
Siempre estudié, pero la pasión por la pelota tenía un significado mayor. No había una amplia gama de opciones para ver fútbol internacional, entonces tocaba aprender estando el mayor tiempo posible en la cancha, en lugar de las aulas del colegio, o viendo ligas barriales. Ahora el fútbol cambió, un jugador debe prepararse para saber interpretar lo que le pedirán en la cancha, es importante estudiar idiomas también.
Y en el tema del cuidado personal...
Todos hemos tenido ciclos en nuestras vidas. Al inicio para entrar en un grupo en el plantel debías adaptarte. Estabas obligado a chupar (ingerir alcohol) o a hacer favores a tus compañeros. Venía uno de los viejos y te decía “vamos en mi carro” y luego “hazme el enganche con ella”. Así fueron las primeras experiencias, pero luego ya fui aprendiendo de otros que llevaban cinco años de profesión y sabían que debían descansar y cuidarse en la alimentación.
¿En qué se transforma el jugador de fútbol profesional?
En el ídolo del barrio, en la representación no solo de las calles que rodean tu casa sino de la zona entera, de todas las manzanas del Batallón del Suburbio, que es extenso, en mi caso. Antes de que yo llegara se decía que era el barrio de Luis Castillo (apodado el “Diablo”, exdelantero de Emelec), después de Matamba, de Moisés Candelario, de William Cuero y ahora de Dixon Arroyo y otros más. Los sectores de donde salen los futbolistas se vuelven populares.
¿Supiste manejar la fama?
Siempre se nos va a subir, porque (jóvenes) no tenemos el equilibrio ni la capacidad académica para madurar ante ese tipo de situaciones, pero gracias a Dios vengo de un hogar donde abundó el calor familiar.
Era normal ver a mis padres abrazados, nunca vi golpes ni maltratos. Al inicio no se aplica, pero a la larga uno se percata de que esa relación dentro del hogar es el fundamento importante en la carrera.
¿Hubo escasez?
No puedo decir que éramos tan pobres que cuando pasaba el camión de la basura le decíamos que deje dos fundas (suelta una carcajada). No, no. Mi mamá (+) fue una mujer digna y mi padre muy trabajador.
Estoy agradecido con ellos, nos dieron (es el último de cuatro hermanos) afecto, cariño y protección. Uno va a aguantar hambre en algún momento, si ahora, con dinero, uno dice: “no voy a comer, no tengo ganas”.
¿Qué te faltó para llegar más lejos en el fútbol?
Haber nacido sano, tuve una pierna más larga que la otra. Y el peor error fue la operación (para acortar la derecha) sin haber hecho los análisis correspondientes. Por energía y fuerza logré extender mi carrera hasta los 33 años. Fue muy difícil jugar así todo el tiempo.
Sufría mucho en los entrenamientos: se me inflamaba la pantorrilla y me daban contracturas y desgarres en la parte posterior en la pierna izquierda, en la cual tenía un problema de extensión de ligamentos, eso me mermó.
¿Qué secuelas trajo la operación en la pierna sana?
Cortaron hueso, colocaron dos clavos, tengo uno de 37 centímetros y dos placas en la pierna derecha. Fui operado seis veces más porque se me rompieron los clavos y se movieron las placas, que incluso se me incrustaban en la piel.
La idea era que las piernas queden parejas, pero por mi desesperación de recuperarme rápido no respetaba el procedimiento. Me debían abrir para arreglar los daños. No soportaba los dolores. En total, con otras lesiones, me intervinieron 12 veces en mi carrera.
En 2002 vuelves al Cuenca. ¿Te adaptaste fácilmente?
Ya había jugado en 1996 en el equipo y cuando regresé la gente se resistía a mi llegada. No sabían que yo cambié en 1999, que era totalmente diferente en mi vida natural, espiritual y profesional.
¿En qué consistió el cambio?
Conozco a Dios, leo la palabra y me educa, me lleva a otras dimensiones. Mi espíritu comienza a tener vida. Estaba viviendo con principios naturales, después vinculo lo espiritual y mi vida se vuelve sólida.
¿Por qué tuviste la necesidad de buscar a Dios?
Todo tenemos la necesidad de Dios. Cuando no era mi tiempo no le prestaba atención a quien me hablaba de él. Te podría hablar maravillas de las cosas que Dios me envió. Cada persona tiene sus experiencias.
¿Te arrepientes de algo?
De no haberme cuidado un poco más, de no haber aprovechado el dinero, pero en realidad siempre voy a decir algo que sostengo desde hace algún tiempo: “Puedo perder todo, pero no mi imagen como hombre de bien”.
Soy un ecuatoriano que ha sido embajador en el extranjero. Doy gracias a muchas personas que me ayudaron a encontrar el buen camino y me aconsejaron a tomar buenas decisiones, de las malas, yo soy el único culpable.
¿Has tenido problemas económicos?
No, me casé a los 15 años, llevo 27 de matrimonio y haber tenido una pareja estable (Maritza González) me ayudó mucho. Aparte, tener dinero en abundancia marea, lastima y afecta.
Fuiste padre muy joven...
Sí, al punto que ya tengo dos nietos de siete y dos años y medio, hijos de Jonathan (29) y Jennifer (25). Mi otra hija es Mayra (21). Apunté a que estudien en buenos colegios y aprendan idiomas. Inglés, francés, mandarín...
¿La competencia por ser zaguero central de la selección fue muy dura, no?
Estuve en los procesos de “Pacho” (Francisco Maturana) y “Bolillo” (Hernán Darío Gómez), donde estuvieron en gran forma Iván Hurtado, Alberto Montaño, Giovanni Espinoza, Augusto Poroso... Ahora andan buscando y dándole oportunidades a todo el mundo, no tenemos una zaga consolidada.
En la temporada de 2010 dices adiós a Barcelona y al fútbol.
Cuando eres grande ya no soportas ciertas cosas. No toleré que (Juan Manuel) Llop me dijera que me iba a poner en un partido y luego no me puso.
Pero antes estuvo Floro y no te tomó en cuenta tampoco.
Me fue mal con él en el plano futbolístico, pero en lo personal muy bien. Aparte, un jugador firma contrato para estar dentro del plantel, de ahí jugar o no, lo decide el DT. Apenas me vio, dijo que no me quería, al igual que a Omar de Jesús, Carlos Castro, ningún grande, pero yo tenía contrato y fui respetuoso. Para lo que Barcelona buscaba, Floro estaba muy lejos.
¿Compañeros cracks?
Segundo Castillo, Antonio Valencia, Édison Méndez, Rubén Darío Insúa, Alfaro Moreno, Tony Gómez, Gilson, Ariel Graziani.
¿Grandes rivales?
La Liga de Quito que debió ser campeón de la Copa Libertadores, integrada, entre otros, por Álex Escobar, Álex Aguinaga, Elkin Murillo, Carlos Espínola, Édison Méndez. Un equipo extraordinario.
¿Tu gran momento deportivo fue la conquista del título en 2004 con Deportivo Cuenca?
Mis mejores momentos siempre fueron con Barcelona, más allá del campeonato con el Cuenca en 2004, en el cual uno fue prácticamente héroe de esa ciudad por ser la única estrella conquistada. Sin embargo, lo de Barcelona trasciende demasiado. Si volviera a nacer, sería barcelonista otra vez.
Pero casi fuiste azul...
Me reuní con (Omar) Quintana y le pedí una cantidad. '¡Este hombre está loco!' (respondió), entonces le dije 'Me voy, en mis planes no está jugar en Emelec'. Nací y crecí con el chip de Flavio Perlaza, “Pajarito” Cantos y Moacyr, no iba a perder un prestigio por dinero. (D)