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Julio Bardales revela que le "templó de la peluca" a Maradona

José Julio Bardales Jaraquiche, exzaguero guayaquileño
José Julio Bardales Jaraquiche, exzaguero guayaquileño
Foto: José Morán / El Telégrafo
03 de octubre de 2018 - 22:15 - Elías Vinueza

La mañana de un domingo de 1975, el tercero de cinco hijos del matrimonio Bardales-Jaraquiche solicita un permiso al jefe de familia para ir a la playa, ida y vuelta el mismo día, con unos amigos. Don José Arístides no se niega al pedido de “Julito”, porque ha cumplido a cabalidad con el requerimiento más importante en casa: estudiar.

Más tarde, el padre de los Bardales enciende su radio para escuchar el partido de su Barcelona querido, que aquel día enfrentaba a Liga de Portoviejo en el estadio Reales Tamarindos. Todo transcurre con normalidad hasta que el narrador señala: “Julio Bardales aleja el peligro con un fuerte rechazo”.

Don José Arístides, sorprendido, llega a creer que aquel Bardales que estaba debutando como zaguero del “Ídolo” era un homónimo de su hijo que en ese momento disfrutaba de las olas de General Villamil Playas.

Además estaba seguro de su premisa porque Julio nunca había entrenado en ningún equipo, menos en Barcelona. Los horarios de las prácticas se cruzaban con los del colegio Eloy Alfaro, al cual su hijo nunca faltaba. Las dudas de José Arístides terminan cuando los vecinos de la ciudadela Nueve de Octubre se ubican afuera de su casa para felicitarlo.

La algarabía de ellos, por el estreno de Julio y la goleada (5-0) del cuadro guayaquileño, contrastaba con el estado del señor, quien empuña uno de sus cinturones para esperar en la puerta del hogar al nuevo back centro amarillo.

Cuéntenos la historia que su padre hasta ese momento desconocía...
Se fueron dando las cosas, siempre fui vago pelotero de índor. En 1974 jugué para Autoridad Portuaria en el Campeonato Renovación, que lo disputaban los clubes afiliados a Fedeguayas. Los dirigentes de Barcelona me vieron y me contrataron. Los entrenamientos eran de 09:00 a 12:00 y yo estaba en quinto curso del colegio, así que debía hacerme la pava de martes a viernes para ir.

¿Y cuál fue la estrategia para que sus padres no se percaten?
Ariel Lecaro, que estudiaba en el Cristóbal Colón, también entrenaba en Barcelona. Iba a su casa en la mañana y me cambiaba de ropa y lo mismo al regreso. Retornaba a casa con el uniforme del colegio.

¿Usted ya sabía que iba de titular en Portoviejo?
En la práctica del jueves sentí que el “profe” (el brasileño Otto Vieira) me pondría, porque ya había jugado de titular en un partido amistoso contra Milagro Sporting debido al traspaso de Stalino Sánchez. Los centrales titulares eran Juan Noriega, Bartolo Bautista y José Díaz, pero creo que por juventud el profesor se decidió por mí y Carlos Granda.

¿Se imaginó que mientras regresaba a Guayaquil su papá se había enterado de todo?
Estaba alegre por fuera y con  miedo por dentro. No le conté a mis compañeros para que no se burlen. Cuando llegué a Guayaquil eran las 10 de la noche y no podía seguir escondiéndome. En el barrio todo el mundo sabía y cuando mis amigos fueron a felicitar a mi padre, él no supo cómo responder.

¿Y ya en casa cómo fue?
Mi papá me esperaba con la correa. Estuve una hora afuera hasta convencerlo. “Ya está hecho papá; le prometo que seguiré estudiando”, le dije. Mis amigos le gritaban: “Déjelo pasar don Bardales”. Mi papá era guardia de Shell Gas y con lo poco que él ganaba nos daba el estudio a sus cinco hijos, por eso le daba coraje. Él hacía un esfuerzo para ponerme en un buen colegio y yo prefería la pelota. Pero le tocó aceptar esa noche.

¿Alquilaban?
No, casa propia. Juan José Vilaseca, que era el dueño de la compañía donde trabajaba mi papá, se la regaló.

¿Los experimentados del equipo le dieron recomendaciones antes del partido?
Sí. Jorge Bolaños, Pepe Paes y Nelsinho me dijeron que era un partido más, que repita lo mismo que en las prácticas. Que juegue como ante Milagro Sporting, que el resto se iba dando. Otto Vieira se quedó contento con lo que hice ese día.

¿Cómo era Otto Vieira?
Un gran DT, de esos que no se ven ahora. Tenía tal paciencia que después del entrenamiento se quedaba una hora más con algunos jugadores para corregirles sus deficiencias. Si no pateábamos bien con la izquierda o si hacíamos mal los saltos practicábamos en el Reed Park, donde había una polea para ensayar los cabezazos. Así fui superando los defectos poco a poco y me quedé de titular.

¿Solo jugó de zaguero central?
Cuando vino Roberto Reskin (entrenador argentino, en el 77) se lesionó el lateral derecho en Milagro, y me pidió que cubra esa posición. Para el siguiente partido me quiso alinear de nuevo ahí y le dije que se me hacía difícil, que era muy sacrificado salir y marcar.

En las charlas barriales de fútbol cuentan que Bardales era el “Rey del bartoleo”.
También me dirigió (José María) el “Chema” Rodríguez. Y él tenía una base fundamental para los defensas: que no dominemos el balón, peor en el área. “Hay que rechazar la pelota”, ordenaba. Y conmigo no tenía preocupación cuando llegaba por mi lado. Se ponía feliz cuando yo la reventaba.

¿Hasta dónde llegaba la pelota?
Nos hospedábamos en el hotel Rizzo, propiedad de Bolívar Rizzo, quien era aficionado de Barcelona. Y un día me ofreció 1.000 sucres si la pelota llegaba a la tribuna. Me pagó algunos miles, ahí nació el apodo el “Rey del bartoleo”.

¿Sabe lo que dijo en una transmisión Gerardo España? Que habían suspendido los vuelos en el aeropuerto. Sus compañeros le preguntaron la razón. Y él respondió: “Va a jugar Bardales, se puede bajar un avión”. Mis amigos del barrio me lo contaron entre risas.

¿Con quiénes sacaba chispas?
Con Lupo (Quiñónez),  Vinicio Ron, (Fausto) el “Camión” Correa, (Ángel) el “Tano” Liciardi y el “Paraguayo” López. Y era pelo a pelo. El codo era lo más bajito, el arbitraje no era tan drástico como ahora.

¿Cómo se marcaba a Lupo?
No sabía qué armas tomar. “¿Cómo derrumbo a un gigante?”, me preguntaba. Pepe Paes me dijo que la clave era anticiparlo, porque de tú a tú no le iba a ganar nunca. Lupo era más alto (1,85 m) que yo (1,80 m) y más fornido. A veces se ponía bravo porque yo le daba, pero él no pegaba.

¿Le salió un respondón?
Vinicio Ron, en un partido contra Universidad Católica en Quito. Yo iba a hacer un salto para cabecear y me esperó con el codo. Me abrió el pecho, me dejó botado en el piso y salí en camilla. Volvimos a la ciudad y estuve hospitalizado cuatro días en la clínica Guayaquil. Y eso que fuimos compañeros en la selección, pero así es el fútbol. Pagué una por lo menos. Me parcharon con tensoplax para que se cierre la herida.

¿Será que él pensó que usted le iba a pegar y se le adelantó?
Él sabía a lo que yo iba, casi en todos los partidos le había dado. Yo siempre fui fuerte, en el camino me llevaba pelota y jugador juntos, lo primero que me enseñaron es que los dos no podían pasar al mismo tiempo... jaja.

¿Ephanor había practicado la chilena de la final de 1980 en los entrenamientos? ¿Cómo vivió la celebración de su primer título con el equipo?
Solamente le salió ese día del partido en Machala, todos nos sorprendimos, nunca la había hecho. Fue espectacular, porque aparte aportaba para ganar un campeonato. Una locura. Salimos a las cinco de la tarde, pero los hinchas nos hacían parar en todos los pueblos. Llegamos a Guayaquil a la medianoche, nos esperaba una caravana en Durán liderada por el alcalde Antonio Hanna.

¿Es cierto que Manga declaró que le tenía más miedo a usted que a los delanteros rivales?
(Suelta una carcajada) Íbamos 0-0 con El Nacional en el Atahualpa. Solo faltaba un minuto para que se acabe el partido y Carlos Ron cabecea una pelota contra el piso, quiero rechazar y la mando adentro. Perdimos 1-0. Yo no había llevado el auto al aeropuerto y cuando llegamos a Guayaquil nadie me quiso llevar a la casa. Tuve que tomar taxi; todos estaban bravísimos conmigo. “Eres un cavalo (caballo en portugués)”, me dijo Manga.  

¿Qué tal fue el sueldo de futbolista? ¿Bueno, muy bueno?
Bueno, pero otros tenían mejores sueldos. Vivía muy bien. Empecé con 3.000 sucres mensuales y terminé con 37.500, como unos 8.000 dólares ahora.

¿Invirtió bien o derrochó?
Las dos cosas.

¿No tuvo una gran relación con el arco de enfrente, no?
Solo dos goles, a Liga de Portoviejo y al Cuenca.

Seguramente tuvo una mejor producción con las tarjetas rojas...
(Se avergüenza) No me pregunte eso.

¿Bastantes?
Algunas, unas 15 o 20.

¿Nos puede compartir una anécdota con Eduardo Rendón y otra con Elías Jácome?
En un partido en Portoviejo, me di cuenta de la agresividad con la que cometí una falta, así que solito me salí de la cancha. Luego el “profe” Rendón, que medía como dos metros, vino corriendo con la tarjeta roja en la mano; y pese a que yo ya estaba afuera me grita desde la cancha: “¡Fuera de aquí, salvaje!”.    

La otra es con Elías Jácome. Fuimos a jugar contra el América en Quito y hacemos la trampa del offside con (Víctor) “Cepillo” Peláez, pero no nos sale. Entonces “Cepillo”, que sabía hacer el sonido de un pito, silba y el uruguayo Ángel el “Negro” Marín, que se iba solo al arco, para, agarra la pelota y se va contra Elías Jácome.
-¿Qué pitás hijo de puta?
-Pero si yo no he pitado nada.

”Cepillo” nunca falta en los temas de conversación sobre fútbol del ayer. ¿Qué lo hacía diferente al resto?
Se concentraba tanto que dormía a las seis de la tarde del día anterior al partido y a las seis y media de la mañana del siguiente día ya estaba desayunando, mientras nosotros recién nos levantábamos a las ocho. Descansaba bastante porque derrochaba mucha energía.

¿Y pegaba tanto como usted?
Él daba más que yo, jugamos juntos del 75 al 78. Cuando jugaba “Cepillo”, los rivales se iban a la pista atlética para no enfrentarlo. Era completo. Cepillaba con la mano, el codo o el pie, con lo que tenía al alcance. Se cabeceaba con cualquiera, los braveaba, no perdía nunca. Algunos lo invitaban a pelear para cuando se acabara el partido. Y él los esperaba afuera del estadio; era bravo el viejo. Recibió el doble de expulsiones que yo.

¿Qué recuerda del amistoso contra Boca Juniors que trajo a Brindisi, Maradona y Gatti?
Que fue un partidazo, que se llenó el Modelo, que ganamos 3-2 y que fue un festejo hermoso. Cierto, en un córner me tocó marcar a Maradona y cuando se me iba lo templé de la peluca. “¿Qué te metés con mi pelo, pelotudo”, me dijo.

¿Cómo está ahora?
Estuve de entrenador de las escuelas de fútbol de la Prefectura del Guayas, pero debí parar porque me detectaron un tumor cancerígeno en la cuerda bucal izquierda. Me faltan dos años y medio de tratamiento, pero ya salí de la parte crítica y estoy en condiciones de trabajar.

Al principio fue difícil asimilar la noticia. Llegué a pesar 134 libras y mi peso fluctúa entre 186 y 190 libras, aparte sin pelo. El famoso “Cabeza de vieja peleona”, que me puso el “Rey de la cantera” (+), pelado... imagínese. En una época fumé hasta tres cajetillas diarias, luego vinieron las consecuencias.

El “Cacho” o la “Bestia”, otros apelativos que se ganó en su época de futbolista, cuenta que aún siente el cariño de la gente en las calles. Y revela, a sus 62 años, que el mejor seguidor que tuvo fue su padre, don José Arístides. “Le tenía el boleto separado. Entraba conmigo a la concentración y luego íbamos juntos al estadio”. (I)

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