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Juan Carlos Burbano, exfutbolista y actual entrenador

Juan C. Burbano: "Mi papá me decía: el fútbol es para vagos"

Juan C. Burbano: "Mi papá me decía: el fútbol es para vagos"
Foto: Miguel Jiménez / EL TELÉGRAFO
07 de abril de 2019 - 00:00 - Jaime Jaramillo

Acompañado de un nutrido grupo de niños de la escuela de fútbol del Quito Tenis y Golf Club, a quienes enseña las experiencias que adquirió en el fútbol, el exjugador Juan Carlos Burbano se animó a recordar sus días en Universidad Católica, Deportivo Quito, El Nacional y la selección ecuatoriana.

Con una sonrisa para cada uno de sus pupilos, puso en el tapete los reconocimientos logrados en 15 años de carrera, que incluyen la primera clasificación de Ecuador a un Mundial y un campeonato ecuatoriano con el conjunto de los “puros criollos” (perdió tres finales).

Además, bajo la atenta mirada de los niños y padres de familia del club capitalino, habló de la influencia que tuvo el entrenador colombiano Hernán Darío “Bolillo” Gómez en él y en el fútbol local.

Con humildad, muestra los logros de sus años con un discreto orgullo, y sonríe porque le parece que no son suyos.

Creciste en los barrios Miraflores y El Batán de Quito. ¿Esos días estuvieron acompañados de la pelota?

Totalmente, siempre con el balón en la casa, a veces no teníamos dónde jugar e improvisaba canchas en el jardín o en mi cuarto.

Cuando nos cambiamos de Miraflores a El Batán, fuimos de los primeros que vivimos ahí; encontramos una cancha junto al complejo del Banco Central, que ahora es la Secretaría del Deporte, y en ese lugar pasaba mis horas.

Ese campo nos enseñó muchas cosas para la vida, para el fútbol, porque compartimos con gente adulta, albañiles, mecánicos; apostábamos las camisetas el primer gol.

En el colegio Spellman conociste más de cerca la táctica y la técnica para el fútbol, ¿quién te la enseñó?

El profesor Gustavo Rueda, con quien estuve desde cuarto grado en la selección del colegio hasta sexto curso. Luego aprendí ese juego que no te enseñan sino que lo aprendes con la experiencia en la Liga Barrial de El Inca (norte).

Dos años estuve en un equipo que se llamaba La Carolina, era un elenco formado por excompañeros del colegio, todos rubios con barba y por eso nos decían los “vikingos”.

El fútbol de tu época no era bien visto como una profesión, ¿cómo convenciste a tus papás para que te dejen jugar?

Mis papás (Patricio Burbano y Mercy Torre) siempre fueron muy exigentes con lo del estudio, y esta profesión tan digna no era dignificada porque no se había conseguido nada. Mi papá me decía: “El fútbol es para vagos, vos tienes que estudiar”.

Pero ya había empezado a estudiar ingeniería comercial en la ESPE y pienso que el estudio hace mejor a un jugador. Entonces llegamos a un acuerdo para que me dejaran jugar: siempre y cuando me graduara en la universidad. Y así lo hice.

¿Cómo se dio el salto al profesionalismo?

Recién a los 19 años decidí ir a probarme en Universidad Católica, que era dirigido por Juan Ramón Silva. Me quedé y también pude cumplir la promesa que les hice a mis padres de ser ingeniero.

¿Ese estilo de fútbol que jugaste en la Liga Barrial y en el parque qué te enseñaron?

El barrio realmente me abrió la cabeza porque uno sale de la burbuja en la que piensa que en la vida no hay gente pobre, que necesita.

Eso me preparó mentalmente como para después enfrentar y superar todas las adversidades que hay en el fútbol, como por ejemplo, el entrar en un grupo que no te da la pelota, que te hagan a un lado. La cancha del barrio me formó el carácter.

¿Las cosas que te enseñó la cancha del barrio se han perdido un poco en el profesionalismo?

Ahora hay más academias privadas en las que ya no se vive ese ambiente de calle. Entonces no sé si los entrenadores de ahora comparten esto de lo que es la vida en realidad.

El barrio da todo eso y sí se ha perdido un poco.

¿Esas diferencias no se notaron en la selección del “Bolillo” que integraste?    

Es que no separamos el sur con el norte o la riqueza con la pobreza. Pudimos convivir e integrarnos para sacar adelante a la selección que clasificó al Mundial.

Si no hubiera existido esa unión, creo que no habríamos clasificado.

Antes hablabas de que le decían los “vikingos” al equipo en el que jugaste, ¿por esa condición te costó ingresar en un grupo formado mayormente por gente afrodescendiente?

Muchísimo. En la Católica fue más fácil porque estaban jugadores nacidos en Quito, en Deportivo Quito sufrí un poco porque había más mezclas y me costó un año en el que fui suplente. Allí tuve que aguantar bromas, pelotazos, zapatazos en la cabeza, pero en el segundo año pude jugar y ser capitán del equipo.

En El Nacional fue mucho más complicado, estuve dos años sin jugar, apartado, sin poder integrarme en el grupo porque no dejaban los compañeros. Nunca he sido sobrado ni creído, menos me sentía superior, pero fue difícil entrar en el grupo.

¿Qué cambió para que seas aceptado?

Estuve a punto de abandonar el fútbol, porque no jugaba; hasta le dije a mi hermano menor (Xavier): “Estoy cansado de entrenar todos los días, cuidarme e ir al partido y ver que otro que no se cuidó juega en vez mío”.

Pero un día tuve la oportunidad de jugar como lateral, me quedé como titular y en ese año (1996) quedamos campeones. Y desde ahí cambió todo.

El grupo me integró, me convocaron por primera vez a la selección con el “profe” (Francisco) Maturana y en 1998 el mismo grupo que a veces me cerraba las puertas me nombró capitán tras una votación interna.

¿Entonces la paciencia y la perseverancia fueron factores clave para conseguir todo lo que lograste?

Además el no botar la toalla. Nunca dejé de entrenarme, de cuidarme. Imagínate que cuando mis excompañeros de colegio me invitaban a una fiesta o a ver a unas amigas les contestaba que no, porque tenía juego el domingo.

Pero luego, al ver hacia atrás, uno dice: “Valió la pena”, porque lo vivido en el Mundial, en las eliminatorias, en los clubes  y los torneos en los que participé fue inolvidable.

¿Qué te dejó la primera vez en la selección?

Muchas cosas buenas, al ser dirigido por un técnico como Maturana. Me acuerdo de una anécdota en la que, concentrados en el hotel Quito, me tocó con un compañero (del que se reserva el nombre) que veía televisión hasta las 3 de la mañana y no había quién le hiciera apagarla (sonríe).

¿Cuál es el partido que más recuerdas?

El que le ganamos a Brasil en Quito por las eliminatorias a Japón y Corea 2002, porque era una de las mejores selecciones brasileñas; tenía a jugadores de la talla de Romario, Rivaldo, Ronaldinho, entre otros, y fui titular todo el partido.

De esas eliminatorias recuerdo la famosa pelea ante los uruguayos en Montevideo, ¿tú la empezaste?

Se puede decir que sí. Estábamos con los muchachos en el túnel del estadio Centenario de Montevideo antes del partido, entonces los uruguayos empezaron a gritar: “Vamos, que a estos les ganamos” y cosas así, entonces regreso a ver a mis compañeros, todos miraban al piso, y grité: “Vamos, Ecuador”; enseguida (Sebastián) Abreu y los otros jugadores nos acorralaron a mí y a (Geovanny) Ibarra y nos pegaron.

¿Ahí te ganaste definitivamente la confianza del “Bolillo”?

Creo que sí, porque cuando los uruguayos dijeron: “Vamos Uruguay, que sí podemos” y regresé a ver a mis compañeros con esa actitud, me sacudí y grité: “Vamos ecuatorianos, que sí podemos”, el “Bolillo” me regresó a ver como diciendo: ¿Qué haces? Cállate, que nos van a matar.

Pero creo que allí el “Bolillo” pensó: Este Burbano es berraco. Me hizo jugar los 20 últimos minutos de ese partido, que perdimos 0-4, y no me sacó más de la lista de convocados.    

El 7 de noviembre de 2001 Ecuador clasificó por primera vez a una copa mundial, ¿qué rememoras de ese día?

Recuerdo todo como si fuera ayer. Concentraba con Wellington Sánchez en Parcayacu (vía a la Mitad del Mundo en Quito), me paré frente a la ventana y había un sol radiante, entonces me dije: “Este día va a quedar en la historia”.

El recorrido al estadio Atahualpa fue emotivo. Íbamos en el bus y se podía ver cómo la gente salía de todo lado a saludarnos. La Naciones Unidas (avenida que termina en el estadio) era un “río” amarillo, el bus no podía avanzar y los hinchas nos pedían que clasifiquemos.

¿Cómo hizo el “Bolillo” para manejar a tantos líderes que tenía al mando?

Hernán Darío Gómez tiene un carisma excepcional, sabe cómo ganarse al jugador para que dé lo mejor de sí, también conoce cómo manejar el ego del futbolista.

Nos hizo sentir como sus hijos y a los compañeros como hermanos. Él sabe cómo ir sacando las cosas que van dañando y uniendo lo que hace bien.

¿Es cierto que el “Bolillo” les recomendó orinar sentados?

Sí (sonríe). Una vez nos dijo que cuando vayamos al baño a orinar lo hagamos parados siempre y cuando el anillo del inodoro quede impecable para el compañero que viene, y que si no podíamos, que por respeto a los compañeros orinemos sentados.

La mayoría de seleccionados de tu época tienen una anécdota con el “Bolillo”, ¿la tuya?

En la Copa América de Colombia, en 2001, concentramos en el mismo edificio del combinado local en Barranquilla. Entonces cada compañero salió con una “novia” y el día del regreso a Ecuador cada uno con rosas despidiéndose de ella (sonríe). No me quiero hacer el santo, pero una noche el técnico nos dio libre y todos salieron con su “novia”, yo me quedé, el Bolillo entró, y me preguntó por qué no había salido, yo le dije que mi novia estaba en Quito y se sorprendió.                       

¿Cómo era la lucha por el puesto en la selección con Edwin Tenorio y Alfonso Obregón?

Con Alfonso, todo bien; pero con Edwin siempre hubo un poco de choque. Creo que se sentía amenazado y decía: Este Burbano me va a quitar el puesto, así que le tengo que dar para que se despeche, pero nunca lo hice.

Y en Japón, antes del Mundial, en una práctica, casi nos vamos a las manos; nos separaron enseguida. Ahora todo bien con Edwin, siempre que lo veo le doy un abrazo. 

¿Cómo catalogas la experiencia del Mundial?

Como la mejor de mi vida, porque, más allá de la cancha, hice amistades, como la de Akari y su mamá, quienes me regalaron un kimono y aún mantengo contacto. En lo futbolístico me habría gustado jugar unos minutos (de los 23 jugadores que llevó Bolillo, 7 no jugaron), pero no se dieron las cosas; disputamos tres partidos y regresamos.

En Argentina te formaste como entrenador, ¿cómo fue ese proceso?

Me retiré en 2004 y El Nacional me pagó una beca para estudiar los dos años siguientes en Argentina. La idea era regresar para trabajar en el club, lo pude hacer en 2007, y en 2008 (Jorge) Célico me pidió que sea su asistente y ante la salida de él me hice cargo del equipo de forma interina. Lamentablemente no se pudo hacer mucho en los seis meses que estuve.

¿Qué tal resultó esa experiencia como entrenador de primera?

Tuve propuestas para seguir dirigiendo en otros clubes, pero no me gustó porque el ambiente es muy estresante, prefiero trabajar con niños y compartir mis experiencias dentro del fútbol.

Nunca ejerciste la ingeniería comercial, ¿por dónde pasó eso?

No hubo necesidad. Tengo mi título y me ha servido para manejar mi vida y con ella pude organizar e invertir lo poco o mucho que gané en El Nacional y la selección.

¿Qué crees que le pasó a la última selección que no pudo llegar a Rusia 2018?

Creo que se perdió un poco ese valor que se le dio a lo sencillo, a las bases, al respeto, a llevarse bien, el ser humilde, valorar lo que tienen ahora, como esa linda concentración en la Casa de la Selección en Quito.

También no pensar tanto en lo económico, aquello de que uno gana más que otro o que uno juega en Europa y otro tan solo en México.

Recuperar todo eso sería importante en este nuevo proceso que empezó con el “Bolillo” Gómez. (I)  

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