Chiriboga, el kinesiólogo que amó al Deportivo Quito
El olor a mentol de sus manos milagrosas quedará impregnado para siempre en quienes conocieron de cerca a Ramón Chiriboga, el eterno kinesiólogo de Deportivo Quito que ayer, tras morir a causa de un infarto, encajó a plenitud en aquel calificativo con el que lo conocían los hinchas de la institución ‘chulla’.
Y es que todo lo que se veía, olía o sabía a Deportivo Quito era de su completo interés. De no ser por la visita de la muerte, ayer habría estado en las gradas del coliseo Julio César Hidalgo observando al cuadro ‘azulgrana’ disputar la final de la Liga Nacional de Baloncesto Femenino de 2017. Ese fue su último anuncio en torno al emblema de sus amores.
Una vida difícil
Ramón Rashid Chiriboga Olmedo aspiró por primera vez el aire del mundo el 14 de enero de 1933. Por razones que en vida prefirió no precisar, no conoció a su madre; se crió con su abuela y cuando ella falleció pasó a vivir con una tía.
Ernesto Guerra Galarza (83 años), exfutbolista y exentrenador nacional, lo conoció en la década del 60, cuando Ramoncito trabajaba como ayudante en una farmacia ubicada entre las calles Guayaquil y Galápagos, en el Centro Histórico de Quito.
“Era la botica Francesa, de los señores Pacheco, médicos de profesión. Ahí aprendió con ellos a inyectar, masajear y mezclar los químicos para hacer los medicamentos”.
El lugar quedaba a dos cuadras de la Plaza del Teatro, sitio donde nació el elenco ‘azulgrana’, cuyos jugadores solían visitarlo para hacerse tratar.
Esta versión coincide con la brindada por Chiriboga en 2015 al periodista deportivo Edwin Encalada, solo que Ramoncito menciona que la botica se llamaba La Moderna.
Los futbolistas de la ‘AKD’ bajaban desde el edificio Pardo, frente a la farmacia, y le pedían atención a Chiriboga, quien reconoció ser empírico; siempre quiso ser médico, pero el trabajo no le dejaba tiempo para estudiar.
Bajo petición del galeno ‘chulla’, Chiriboga ingresó a filas de la ‘Academia’ en calidad de ayudante; y si bien su función era la de kinesiólogo, ayudaba en todo cuanto le pedían. Corría 1964, año del primer título nacional del Quito.
Luis Miguel Baldeón, comunicador, escritor y actor, indica que hasta hace dos años, Ramoncito corría con firmeza en la cancha de Carcelén. “Tenía una fortaleza de roble. Trabajó de kinesiólogo, utilero, mensajero y hasta le prestó plata al equipo de sus amores”.
Celebró con el conjunto los cinco cetros ecuatorianos que conquistó, pues también dio las vueltas olímpicas de 1968, 2008, 2009 y 2011.
Era un hombre identificado con los gustos del quiteño de antaño. Ernesto Guerra cita que Ramón, además de sentir afición por el balompié, seguía la tauromaquia, el ecuavóley, el baloncesto y el boxeo.
De hecho, en cierta ocasión, Chiriboga admitió ser un torero frustrado; una de sus distracciones favoritas eran los toros de pueblo.
En el complejo de Carcelén tenía una oficina, paredes que, a través de recortes de periódicos, fotografías y banderines hablaban de una historia dentro de la historia de Deportivo Quito.
Una foto en blanco y negro trae al presente el día en el que Sixto Durán-Ballén, alcalde de la capital de 1970 a 1978, lo condecoró por su trayectoria en presencia de Ney Mancheno Velasco, uno de los dirigentes más recordados de la institución ‘azulgrana’.
La carrera de Ramoncito también hizo paradas en la selección ecuatoriana. En 1993 fue parte del cuerpo técnico del montenegrino Dusan Dráskovic; participó en la Copa América de ese año, organizada en Ecuador, y en las Eliminatorias Sudamericanas del Mundial Estados Unidos 1994.
El dueño del camerino
“¡Por el Deportivo Quito! ¡Y dale, y dale, ya dale Quito, dale!”.
El grito de guerra antes de que la oncena capitalina saltara a la cancha lo daba Ramoncito Chiriboga. El técnico Alfredo Encalada (59 años), quien en las décadas del 70 y 80 defendió la “casaca roja y azul que domina el horizonte”, califica a Chiriboga como “hombre ritualista”.
Todas las semanas baja a la parroquia rural de El Quinche para orar por la plantilla y traer uno o dos galones de agua bendita. Agua con la que bañaba a los exponentes a su salida del camerino.
El hombre se memorizaba todas las cábalas de los deportistas y les ayudaba a cumplirlas. Encendía velas, acomodaba estampas y estaba presto para apoyarles en sus peticiones.
En 1986 -rememora el ‘Flaco’ Encalada- el argentino Carlos Alberto Mendoza debía ser el primero en recibir un masaje, hacer lo contrario le traería mala suerte al equipo. A Álex Darío Aguinaga no podían faltarle las estampas de la Virgen de El Quinche para ponerlas bajo las canilleras.
Encalada deja escapar una leve sonrisa. Cuenta que en 1989, mientras el Quito estaba en Santiago, preparando el partido de vuelta de los octavos de final de la Copa Libertadores ante Cobreloa de Calama, Ramón Chiriboga solía desaparecer de la concentración ‘azulgrana’.
“Estuvimos una semana en Santiago. Ramoncito se desaparecía misteriosamente. Cierto día, José ‘Maradona’ Ordóñez, Leonardo Álvarez, Gabriel Yépez y yo lo seguimos a escondidas. Descubrimos que el viejo pícaro se la pasaba en un café de faldas ubicado en el paseo Ahumada. Creo que se enamoró de las chicas en minifalda, se gastó todos los viáticos en ese lugar”.
Salpicado por la melancolía, Encalada relata otra vivencia con Chiriboga, esta vez en el hotel Quito, una de las bases de la Tricolor en 1993. Encalada era asistente técnico de Dráskovic y recomendó a Chiriboga para el cargo de kinesiólogo. “Luego me arrepentí (risas), es que me tocó compartir habitación con él. Ramoncito roncaba como río en tormenta”.
Añade que Chiriboga curaba a la antigua, por ejemplo, usaba la técnica del ladrillo caliente, es decir, lo calentaba en una hornilla, ponía una toalla sobre el músculo desgarrado, y sobre la toalla el ladrillo. Era un mal genio incorregible, pero su amor por el Quito era innegociable. Nadie podría dudar de aquello. (I)