El pueblo se está expresando en las calles, las sonrisas abundan y los nervios que fueron los protagonistas absolutos de este viernes histórico para Énner Valencia quedaron en un baúl esperando el próximo compromiso. Dos situaciones importantes van de la mano, una tiene más valor para los líricos y otra para los que se aferran al resultado final.

La sensación que me queda es que los tricolores se impusieron por sus capacidades individuales ante un rival limitado en este sentido, que se apoya en su convencimiento de lucha constante y está claro que con sus limitaciones intenta en cada compromiso disfrutar de este regalo que el fútbol le da a un país que carece de figuras y de un nivel óptimo para competir con otras aspiraciones. Suárez, que conoce el caudal de jugadores que tiene a disposición, apostó a la fricción constante intentando obstaculizar las bandas ecuatorianas, dominando como todo el mundo, que los extremos nacidos en esta parte del planeta son letales con espacios a base de velocidad.

Si solo nos abrazamos al triunfo obtenido seguramente no examinaremos el rendimiento del equipo y eso es peligroso porque para tener un crecimiento colectivo se debe recurrir al autoanálisis.

La selección tuvo puntos muy bajos dentro de su andamiaje, que solo se sostuvo por el alucinante presente del número 13 que con una capacidad admirable de saber dónde estar y en el momento oportuno, logró con sus dos goles sostener un desempeño opaco del equipo.

Ecuador no tiene un patrón de juego establecido y las recurrentes dudas en la contención y defensa lo hacen ver timorato y sin respuestas colectivas. Estos conceptos deben retumbar en los pensamientos de Rueda y sus asesores que por la experiencia que tienen solo se deben haber regalado un par de horas para festejar los tres puntos obtenidos y de inmediato se estarán vistiendo con el overol, para atarearse y poder transformar el buen plantel que tienen en un buen equipo, e intentar lograr la anhelada clasificación.