Los sonidos precolombinos revelan sus grandes misterios
Cuando visitamos un museo de arte precolombino como el de la Casa del Alabado en Quito mayormente vamos en busca del disfrute visual de objetos arqueológicos como figuras y vasijas. Pero ¿se ha preguntado alguna vez cómo serían los sonidos que emanaban de aquellos artefactos antiquísimos?
Este museo que cumple 10 de años de fundación en este 2020 y donde predomina la presencia femenina —ocho de 10 trabajadores— ha abierto una exposición donde los visitantes pueden experimentar aquellos sonidos que esas piezas producían hace miles de años.
La singular exposición Sonidos y danzantes: una experiencia contemplativa y sensorial representa, en opinión de Lucía Durán, directora del Museo, “un esfuerzo por ir más allá del artefacto, su forma, su materialidad, su contenido artístico o estético para indagar en las capacidades de producción de las comunidades del pasado y conectarlas con las del presente”.
La razón de esta muestra es indagar cómo es el sonido que emitían algunas piezas y artefactos con sus múltiples texturas hace miles de años. La directora afirma que eso también “es parte del patrimonio intangible, nos pertenece; eso es lo que propone la exhibición: conectarnos con el pasado a través de algo vigente como la capacidad de producir sonidos”.
El mundo sonoro y corporal precolombino se puede experimentar en tres salas temporales.
Durán recalcó el trabajo de los artistas y colaboradores de la Casa del Alabado pues “ha sido una exhibición hecha casa adentro, la ha producido el museo con Jimena Muhlethaler a la cabeza que vino con esta idea y a la que todos nos sumamos”.
El sonido, una preocupación
Jimena Muhlethaler, educadora del museo, está convencida de que “el tema del sonido precolombino en Ecuador preocupa a músicos, arqueólogos y los visitantes del museo”.
El programa educativo, refiere la especialista, ha hecho un esfuerzo grande para hacer ese contacto con la sonoridad pues “vienen las personas al museo, encuentran lo evidente, lo físico y visual de las piezas, pero cuando le dices a alguien si esta pieza suena hay una distancia y la pregunta es cómo suena”.
A partir de esas estrategias educativas el colectivo de la institución fue viendo que hay varios aspectos de la sonoridad precolombiana que resultan ejes centrales para ir investigando, por lo que se dividió la muestra en tres salas.
La primera dedicada al registro de cómo suenan las piezas que tienen gran cantidad de texturas y sonidos muy extensos, muy común en esas sociedades donde las maderas y las cuerdas tenían un tipo de sonido. “Hoy en día tenemos muchos instrumentos de plástico, en el mundo precolombino había instrumentos de todo tipo y eso implica que no todos sean conservados hasta el presente”, aclara la educadora.
En la segunda sala se recoge la curiosidad de ver cómo estaban configurados por dentro, pues “el ejercicio cerámico es casi quirúrgico en temas de composición, de bruñido, en todos los temas visuales, imagínense en el tema sonoro, hacer que la cerámica produzca ciertos sonidos específicos”, señala Muhlethaler.
El tercer espacio es el de los danzantes donde se ven las piezas con personajes que nos cuentan de la vida cultural antigua con sus ropajes y objetos en sus manos. “Nos fijamos mucho en aquellos personajes con ornamentación o instrumentos que suenan y son los danzantes, en los cuales podemos encontrar una equivalencia en el presente con ciertos danzantes etnográficos”.
La comparación entre el ayer y el hoy arrojó la conclusión de que hay relaciones evidentes a nivel de cómo se presentan y cómo visten.
El punto de vista curatorial
María Patricia Ordóñez, arqueóloga y curadora del museo, describe que “la exhibición explora la tecnología interna y externa de los objetos y al respecto hay algunas piezas claves como los litófonos que producen sonidos de una manera que en la actualidad no nos imaginamos”.
En la experiencia sensorial los asistentes podrán comprobar que los caracoles imitan los sonidos de las trompetas de hoy y los objetos que tienen semillitas o pepitas cerámicas internas hasta crean una versión como la de los cascabeles. (I)
Primera experiencia de exposición sonora
Sonidos y danzantes es la primera experiencia de curaduría en exposición sonora del Museo de Arte Precolombino Casa del Alabado.
Desde el punto de vista curatorial resulta de mucho interés ver cómo los diversos elementos dan forma y discurso sobre la manera en que a través del tiempo esas tecnologías se van refinando y cambiando, pero que fundamentalmente se siguen reproduciendo los mismos sonidos que hoy en día creamos.
El museo está sonorizado en algunas de las salas principales y tiene la música creada con objetos precolombinos como un ambiente, pero una exhibición donde los sonidos sean la parte fundamental se da por primera vez, según afirma la arqueóloga María Patricia Ordóñez.
Jimena Muhlethaler, educadora del museo, explica a los visitantes en una de las salas los diversos aspectos que revela la sonoridad precolombina. John Guevara /ET
Concebir una exhibición que muestra la intimidad de las piezas y su ejercicio sonoro conlleva mucha investigación. “Sonidos y danzantes” es el resultado de las alianzas del Museo del Alabado con universidades como las de las Artes de Guayaquil y la de San Francisco de Quito, además de la relación con los museos nacionales.
Es de destacar que los visitantes no solo verán materiales de la colección de la casa anfitriona, pues también están expuestos artefactos etnográficos de la reserva nacional de Pumapungo en Cuenca y objetos arqueológicos de la reserva nacional del Ministerio de Cultura y Patrimonio.
La institución está ubicada en la calle Cuenca N1-41, entre Rocafuerte y Bolívar, Centro Histórico de Quito y mantendrá esta exhibición temporal hasta el domingo 17 de mayo de 2020.
Fue fundada el 11 de abril de 2010 y debe su nombre a la inscripción que reza sobre el dintel del portón de la casa construida en el siglo XVII: “Alabado sea el Santísimo... Acabose esta portada en 1671 años”.
La casa está ubicada a media cuadra de la primera plaza edificada en Quito, en tiempos de la fundación española.
Ocupaba casi una manzana completa y, de acuerdo con su tamaño y ubicación muy estratégica en el contexto de urbanización colonial temprana, se estima que perteneció a personas de alta posición social. (I)