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Shame, la puesta en escena de la adicción como espejo social

Shame, la puesta en escena de la adicción como espejo social
28 de agosto de 2012 - 00:00

Hasta hace un par de semanas en la cartelera comercial del país rondaba un filme nada apto para niños y adolescentes que suelen andar de arriba a abajo por los centros comerciales donde se asientan las salas de cine: “Shame”, del director y guionista británico Steve McQueen.

Luego de su aclamado debut como director -“Hunger”, película ganadora de la Cámara Dorada en el Festival de Cannes 2008, de los British Independent Film Award para actor principal y logro técnico en cinematografía, y del Premio Carl Foreman para el más prometedor recién llegado en los Bafta-, McQueen vuelve a contar con Michael Fassbender como su protagonista, esta vez como un elegante yuppie viviendo en Nueva York.

Este personaje, llamado Brandon, es un ser atrapado por una adicción al sexo: un mundo de excesiva pornografía, masturbación y coito cada vez que encuentra un momento de privacidad en su día de oficina.

Los cinéfilos del mundo han calificado al filme dentro de un espectro amplio de adjetivos: desde crudo hasta sutil y bellamente hecho, con emociones comunicadas a través de expresiones faciales, cinematografía efectiva y gran montaje, aunque haciendo del uso de palabras, del mucho diálogo, una opción innecesaria.

El director, tal como en su primer filme, trata de sacudir y demostrar su audacia al jugar con los cánones del cine... cuanta crudeza, sexo explícito en este caso, pueda mostrar en pantalla. Los planos secuencia en tomas inquebrantables ayudan a descubrir una rebanada de la vida de Brandon a través de esa inmensa cantidad de planos largos, frente a los que la audiencia está en el estatuto del voyeur, frente a un franco retrato de la sexualidad difícil  de mirar.

Fassbender en la piel de Brandon magnetiza a la audiencia de principio a fin. El único objetivo de cada instante que pasa despierto es el de alcanzar el orgasmo y mantener la atmósfera solitaria que requiere para ello, a pesar de que ansía encontrar consuelo en alguien y descubrir el genuino afecto humano.

Sin embargo, al llegar su hermana Sissy (Carey Mulligan) a quedarse “unos días” en su apartamento su vida se ve trastocada con la relación que ella establece con el adulador y sórdido jefe de Brandon y la manifestación de su propia adicción: una gama de expresiones de dolor y el infinito deseo de ser amada por todos.

Hay una complementación perfecta entre los actores Fassbender y Mulligan, pero no así entre los personajes Sissy y Brandon, ya que la primera está al borde de un colapso nervioso debido a su codependencia, no quiere nada más que encontrar a alguien que la cuide y pasar tiempo con su hermano, quien está demasiado involucrado en su adicción, y la  predisposición de la muchacha para enamorarse, la deprimen y la atan aún más.

Estrenada en el Festival Internacional de Cine de Toronto, esta cinta ratifica a sus actores como dos de las nuevas promesas del cine mundial y a su director como un jugador poderoso en la escena del cine arte, cine de autor  independiente (cualquiera sea la categoría que al lectorle parezca que calza mejor para McQueen).

Sin embargo, al igual que su protagonista, “Shame” es una película dependiente, de su audiencia que debe ser sacudida, sorprendida, atormentada por el desarrollo de un argumento en principio simplista que se vuelve complejo al desdoblarse como una realidad plausible ante los ojos de una sala llena con una audiencia de esas que llaman de criterio formado.

En los circuitos internacionales la cinta tiene la clasificación más alta, superior a R, NC-17, ya que plantea un espacio donde no hay comodidad, consuelo o finales felices, sino muchas cosas a medio decir, interrupciones, silencios incómodos y música que debe generar un efecto de “doble impacto” con cada escena a la que acompaña.

Ni McQueen ni Fassbender son el verdadero iconoclasta, aquel que se hace camino al andar, en la presente industria del cine, pero si son los rompe reglas que doblan varios estándares y prácticas socialmente aceptadas o admitidas para indagar en la suciedad, en la inmundicia, en la porquería de lo más recóndito del alma humana, y por ende de la sociedad que solo puede mirarse a sí misma como buena.

El hecho por el que puede resultar difícil o complejo mantener los ojos sobre la pantalla y seguir las escapadas sexuales de Brandon no es por moralismo o pacatería, sino por el miedo a verse uno mismo identificado en la espiral hacia el averno que es la vida de un adicto, de cualquier tipo.

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