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El valor del dinero es diferente para waoranis

El valor del dinero es diferente para waoranis
23 de septiembre de 2012 - 00:00

Miñewa es  uno de los ancianos que  por  primera vez abandonó   la  comunidad waorani Dikaroen, en la provincia amazónica de Orellana, para llegar a Quito y exponer sus   artesanías.

El hombre, de  estatura media, piel blanca con un cabello revuelto de color gris, sonríe de vez en cuando y deja ver las pocas piezas dentales que aún tiene. Pero quizá lo que más llama la atención de Miñewa es su mirada. El viejo sabio  mira sin mirar a su esposa y a las  otras mujeres y jóvenes que venden las artesanías que han   elaborado para ganar dinero. Todo ocurre en el exterior del Gobierno Provincial de Pichincha.

Cuando llegan las miradas curiosas de los transeúntes,  las mujeres -entre ellas Tepa, esposa de Miñewa- bailan y cantan con sus trajes típicos: una falda corta y en sus pechos un conjunto de fibras de árbol  las cubre ligeramente. Muchas de ellas llevan coronas de plumas y en sus rostros unos grandes lunares rojos pintados con achiote. “El color rojo significa fiesta y nosotros estamos de fiesta”, dice  Manuela Omari, quien se desenvuelve mejor con el español y organiza la venta de los productos.

La venta de las artesanías fluye. Sin embargo algo pasa con Miñewa. Él no interactúa con la gente, permanece estático con su mirada perdida. Una de las razones es que no habla español al igual que Cobari, otro sabio que se resistió a ponerse pantalones y camiseta. El anciano, de 85 años, da  vueltas con una pantaloneta verde dentro de la carpa que la fundación Repsol -financiada por la petrolera internacional- colocó para la venta de bolsos, lanzas, manillas, aretes y cadenas que hicieron las “tejedoras” waoranis.

A la feria también acudió Huani Miipo, un guerrero de la comunidad, quien con una agilidad sorprendente recorría   la carpa.

Entraba y salía, sin dejar de observar todo lo  que pasaba. Siempre   alerta, tal vez condicionado por su preparación de guerrero.

Huani, que entendía   pocas palabras en español, contó que hace 50 años, cuando era joven, agredió y asesinó a intrusos de otras comunidades para defender sus territorios. Su relato era traducido por   David Ahua, también waorani. “Ahora todos somos compañeros, ya no hay esas prácticas”, contó convencido David, y argumentó que una de las razones que incidieron para dejar esas prácticas fue que ahora la comunidad se asentó en un solo lugar.

Huani, vestido de jeans y   camisa, con un collar de fibras, comentó a David   que le preocupaba la importancia que los citadinos dan al dinero. “Necesitan dinero para tomar taxi,  para todo”,  mientras explicaba que en su comunidad aún se mantiene el trueque. “Nosotros no pagamos luz, ni nada”, mencionó con orgullo.

Pero al ser consultado sobre   la extracción petrolera, a  la mente de Huani llegan las imágenes del caso “Texaco”, que provocó enfermedades graves a los pobladores y serios daños ambientales, y con preocupación admite  que desconoce   lo que pasará   con ellos en el  futuro.

En el territorio que habitan Huani, Meñewa, Cobary, Tepa y Manuela  se encuentra la petrolera española Repsol. En ese lugar, la empresa opera el Bloque 16 y Tivacuno.

Los jóvenes waoranis juegan un papel fundamental en la feria, ellos son los que mejor manejan el español pero aún no dejan la timidez.

Omeway Dabe, de 23 años, con recelo  contaba que los ancianos pasan tristes en la ciudad porque extrañan    actividades  como pescar  o sencillamente caminar descalzos por su territorio.

Los chicos y chicas waoranis llevan atuendos modernos y hacen los negocios, aunque no tienen   claro en qué invertirán el dinero. Su principal meta, aseguran,  es mantener vivas las tradiciones y costumbres  de su comunidad.

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