El valor del dinero es diferente para waoranis
Miñewa es uno de los ancianos que por primera vez abandonó la comunidad waorani Dikaroen, en la provincia amazónica de Orellana, para llegar a Quito y exponer sus artesanías.
El hombre, de estatura media, piel blanca con un cabello revuelto de color gris, sonríe de vez en cuando y deja ver las pocas piezas dentales que aún tiene. Pero quizá lo que más llama la atención de Miñewa es su mirada. El viejo sabio mira sin mirar a su esposa y a las otras mujeres y jóvenes que venden las artesanías que han elaborado para ganar dinero. Todo ocurre en el exterior del Gobierno Provincial de Pichincha.
Cuando llegan las miradas curiosas de los transeúntes, las mujeres -entre ellas Tepa, esposa de Miñewa- bailan y cantan con sus trajes típicos: una falda corta y en sus pechos un conjunto de fibras de árbol las cubre ligeramente. Muchas de ellas llevan coronas de plumas y en sus rostros unos grandes lunares rojos pintados con achiote. “El color rojo significa fiesta y nosotros estamos de fiesta”, dice Manuela Omari, quien se desenvuelve mejor con el español y organiza la venta de los productos.
La venta de las artesanías fluye. Sin embargo algo pasa con Miñewa. Él no interactúa con la gente, permanece estático con su mirada perdida. Una de las razones es que no habla español al igual que Cobari, otro sabio que se resistió a ponerse pantalones y camiseta. El anciano, de 85 años, da vueltas con una pantaloneta verde dentro de la carpa que la fundación Repsol -financiada por la petrolera internacional- colocó para la venta de bolsos, lanzas, manillas, aretes y cadenas que hicieron las “tejedoras” waoranis.
A la feria también acudió Huani Miipo, un guerrero de la comunidad, quien con una agilidad sorprendente recorría la carpa.
Entraba y salía, sin dejar de observar todo lo que pasaba. Siempre alerta, tal vez condicionado por su preparación de guerrero.
Huani, que entendía pocas palabras en español, contó que hace 50 años, cuando era joven, agredió y asesinó a intrusos de otras comunidades para defender sus territorios. Su relato era traducido por David Ahua, también waorani. “Ahora todos somos compañeros, ya no hay esas prácticas”, contó convencido David, y argumentó que una de las razones que incidieron para dejar esas prácticas fue que ahora la comunidad se asentó en un solo lugar.
Huani, vestido de jeans y camisa, con un collar de fibras, comentó a David que le preocupaba la importancia que los citadinos dan al dinero. “Necesitan dinero para tomar taxi, para todo”, mientras explicaba que en su comunidad aún se mantiene el trueque. “Nosotros no pagamos luz, ni nada”, mencionó con orgullo.
Pero al ser consultado sobre la extracción petrolera, a la mente de Huani llegan las imágenes del caso “Texaco”, que provocó enfermedades graves a los pobladores y serios daños ambientales, y con preocupación admite que desconoce lo que pasará con ellos en el futuro.
En el territorio que habitan Huani, Meñewa, Cobary, Tepa y Manuela se encuentra la petrolera española Repsol. En ese lugar, la empresa opera el Bloque 16 y Tivacuno.
Los jóvenes waoranis juegan un papel fundamental en la feria, ellos son los que mejor manejan el español pero aún no dejan la timidez.
Omeway Dabe, de 23 años, con recelo contaba que los ancianos pasan tristes en la ciudad porque extrañan actividades como pescar o sencillamente caminar descalzos por su territorio.
Los chicos y chicas waoranis llevan atuendos modernos y hacen los negocios, aunque no tienen claro en qué invertirán el dinero. Su principal meta, aseguran, es mantener vivas las tradiciones y costumbres de su comunidad.