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El Telégrafo
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El héroe discreto, una carta misteriosa y otras hierbas

El héroe discreto, una carta misteriosa y otras hierbas
12 de enero de 2014 - 00:00

Desde las primeras páginas, unas veinte cuando más, de El héroe discreto (Santillana Editores, 2013), la más reciente novela de Mario Vargas Llosa, nos encontramos con la sapiencia narrativa del gran escritor peruano quien, a través de un epígrafe de J.L. Borges –“Nuestro hermoso deber es imaginar que hay un laberinto y un hilo”–, con el cual él se asume (nos asume a todos los que pretendemos fabular) dueño y responsable de la ficción contada.

“Era el más bello de los arcángeles, el preferido de Dios. No hacía una broma, hablaba en serio”.

Después se da el gusto de proponerle al lector dos anticipaciones llamativas: la llegada, en dos oportunidades, de una carta misteriosa, con una firma que parece una arañita, dirigida a don Felícito Yanaqué, dueño de la Empresa de Transportes Narihualá en Piura, la que no le fue entregada de manera normal por el correo sino que la pegaron en la puerta de su casa como si se tratara de una citación, una multa o algo por el estilo, lo que le inquietó: inquietando también a los lectores, lo que realmente buscaba el autor quien, de esa manera, alimenta el interés de la lectura con esas anticipaciones que nada tienen que ver con lo que está sucediendo, ni tendrán nada que ver después, ya que su única función es crear una expectativa de lectura respecto a una historia que no existe.

Con toda su solvencia narrativa, Vargas Llosa se da el lujo de armar una historia sobre don Felícito y la carta de la arañita, lo que en ella le plantean, la presentación de la misma en la comisaría, las pachotadas de los jefes policiales que deciden que la carta debe quedar con ellos como prueba de cargo, lo que le significó una serie de problemas a don Felícito, quien tuvo que ir al centro de Piura para fotocopiar la carta, ya que en la comisaría no tenían ni papel carbón.

El narrador continúa implantando indicios y señales que solo pretenden remarcar una lectura paralela que, tras afianzar la historia de Felícito, solo sirve para recalcar la historia mentirosa de las cartas con firma de arañita que convierten a Felícito, por su imprudencia (y su inocencia) en un héroe discreto, es decir, ese que (sin querer queriendo) deviene heroico ante la opinión de los demás.

A final de cuentas, se desgrana lo que realmente importa: todos los indicios son falsos, y el narrador los ignora sin ningún problema, puesto que solo ha querido demostrar que es amo y señor de una ficción autónoma que no se pronuncia a favor o en contra de… sino que es, en sí misma, el desamparo de lo verdadero.

Alguien dice entonces. “La Tierra es redonda. No cuadrada. Acéptelo y no trate de enderezar el mundo torcido en que vivimos. La mafia es muy poderosa. Está infiltrada en todas partes, empezando por el Gobierno y por los jueces. Es un gran ingenuo fiándose en la Policía… ¿No sabe en qué país vivimos?”.

Y hablan del por qué de que sea así la realidad. Se oye otra voz: ¿Nunca les hablaron de Luzbel? No. Que yo recuerde, nunca nos hablaron de Luzbel. (¿?)

“‘El que lleva la luz, el portador de la luz’, ‘era el más bello de los arcángeles, el preferido de Dios allá arriba’. No hacía una broma, hablaba muy en serio, con un asomo de sonrisita benévola en su cara tan bien afeitada”.
“Pero Luzbel, como se sabía tan bello se envaneció, cometió el pecado de soberbia. Se sintió igual a Dios. nada menos, imagínate. Entonces, Él lo castigó y, de ser el ángel de la luz, pasó a ser el príncipe de las tinieblas”.

“Así comenzó todo. La historia, la aparición del tiempo y del mal, la vida”. Estas ideas están en el libro de Vargas Llosa, pero no son atribuibles a él. Las tomó libremente, usándolas como una muestra de la imbecilidad humana tan necesitada de la culpa para ‘entender’ (¿y aceptar?) su estar y ser en el mundo.

También en esa dimensión humana culpígena podríamos considerar la ola de frío polar que sufrió (¿sufre todavía?) Estados Unidos, con fenómenos ‘apocalípticos’, como las cataratas del Niágara casi congeladas.

Por último, unas cuantas perogrulladas: Por ejemplo, que para ser ateo hay que creer en Dios: Juro por Dios que en Dios no creo, chilla el incrédulo, mientras el creyente se persigna, pudoroso de su olvido; “me se orvidó” dice el andaluz, pero nadie le cree, mientras él piropea a una mujer que pasa: “Mamacita, cuándo estaremos los dos como los piececitos de nuestro Señor, el uno encima del otro”.

El narrador hace caso omiso de sus indicios y anticipaciones y finalmente se caga en la tapa del piano, es decir, cuenta lo suyo sin considerar esos datos en lo más mínimo.

Punto y aparte
Sí. Y brillan las lucecitas que nos mencionan en buena onda y es justo destacar, por ejemplo: la Federación Internacional de Historia y Estadística del Fútbol hizo conocer al mundo que en 2013 Emelec ocupó el puesto 33 del ranking del mundo, y el noveno de América del Sur.

Aquello no es pelo de rana y explica el por qué de que ahora seamos exportadores de futbolistas y Frickson Erazo sea adquirido por el Flamengo de Brasil.

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