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El Telégrafo
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Contenidos infantiles, una deuda en la televisión del Perú

Contenidos infantiles, una deuda en la televisión del Perú
30 de septiembre de 2013 - 00:00

El último año, Perú ha visto el crecimiento en el servicio de televisión por cable en su territorio: el promedio de consumo en Lima, su capital, es del 79% de usuarios, 12 puntos porcentuales por arriba del promedio de hace dos años. Es decir, unas 7,1 millones de personas aproximadamente están en el radio de acción de la televisión pagada.      

La realidad no es distinta en el resto del país. Un reciente informe del Consejo Consultivo de Radio y Televisión (Concortv), señala que en ciudades como Arequipa, Cusco, Iquitos, Huaraz, y otras, el consumo de esta oferta se promedia en 61%.

Una conclusión apresurada llevaría a pensar que la gente prefiere la programación extranjera antes que la local. Ese efecto tendría una diversidad de causas, entre las que se ubican una serie de vacíos en programación, destinados para grupos sociales específicos, como el caso de los niños.

Miriam Larco, secretaria Técnica de Concortv, señala respecto a ese informe, que los resultados ratifican la premisa de que los niños son grandes consumidores de los medios de comunicación, con especial atención en la televisión. La muestra fue aplicada a 8.434 niños en 17 ciudades del país, y en ella, la totalidad de encuestados respondieron tener un televisor en sus casas. “Un dato interesante es que el niño no sale a la calle, la concepción de niño en el barrio se está perdiendo porque todos los aparatos van reuniéndose en el dormitorio, posiblemente por un tema de seguridad, de interconexión con otros amigos, que hacen que el niño se quede en su casa en lugar de salir a jugar”, opina Larco.

Es cierto. De acuerdo con los indicadores, ver la televisión es la segunda actividad en importancia para la niñez peruana, luego de estudiar y antes de usar Internet. La pantalla condensa tres horas y media de atención de los pequeños, lo que representa unos cuarenta minutos más en comparación con el promedio de 2011.

En suma, el tono de información que involucra a los niños los menciona de forma negativaPero, con un nivel de consumo tan alto, cabe preguntarse, ¿qué están viendo los niños? “Hablamos de una parrilla que sí está presentando programación atractiva para un público de 14 años en adelante, para un público adulto, pero no hay programación para los preescolares”, dice Larco. Esa preocupación se agudiza si se considera que la etapa inicial de formación, desde cero a seis años, es vital para la creación del imaginario afectivo y de identificación del menor, así como para el desarrollo de sus capacidades intelectuales.

De acuerdo a la malla escolar del Perú, el cuarto y quinto año de básica implica la utilización de medios audiovisuales en el aula. “Qué significa eso, que en todos los establecimientos debería haber educación en el uso de medios audiovisuales en general, pero qué tanto se ha avanzando, el Ministerio de Educación ha respondido que ha habido una política de distribución de aparatos, pero cuando preguntas por capacitaciones, formación a los docentes en este tema, asesoramientos, ahí encuentras un vacío”, analiza Larco.

El incremento en el consumo de televisión por cable parece haber hallado en las preferencias infantiles un nicho que antes no se había visto. De hecho, un 33% de las razones por las cuales escogen estos servicios se asienta, según los menores, en la diversidad de dibujos animados que la programación internacional ofrece, lo que hace que un 69% de niños prefieran esa oferta, frente a un 30% que debe conformarse con la programación local.

Pero, si bien los niveles de preferencia indican una orientación específica de consumo, no reflejan el otro lado de la moneda: el tratamiento que los niños reciben en los medios.

De acuerdo a un estudio realizado por la especialista Mery Vargas Cuno, sobre la imagen de los niños y niñas en la televisión peruana, la mayoría de los programas informativos que nombran a menores lo hacen calificándolos como víctimas: en 31 de las 54 notas informativas de diversos medios, analizadas para el estudio, se nombra a los niños y niñas como víctimas de maltrato, abuso, discriminación, orfandad, accidentes o involucrados, de manera directa o indirecta, en actos delictivos.

Esa cifra es complementaria al 65% de notas informativas, en las que se mira a los niños de forma marginal, sin reparar en sus necesidades, en sus derechos, si no que se concentran en generar alrededor de sus condiciones un impacto informativo que busca vender y llamar la atención antes que transmitir el problema de fondo que viven los menores.

Otro punto de atención son los programas humorísticos. En ellos, de acuerdo a Vargas Cuno, los niños, representados por adultos, cumplen un rol secundario, y muchas veces son condensadores de la burla y el maltrato, lo que termina reflejando una condición de víctimas frente al imaginario colectivo.

En suma, el tono de información que involucra a los niños es negativo, emparentándolos con el carácter de víctima y mencionando sus requerimientos de manera marginal, sin que se detenga en un análisis que busque cuidar su integridad.

“Cuando hablamos de quién es responsable frente al uso de medios buscando la protección de los niños, siempre decimos que los medios tienen la culpa, o que el Estado no hace nada, pero a veces olvidamos que los padres tenemos una gran responsabilidad; el estudio identifica que los niños prefieren ver televisión en la noche, y el control parental se limita a utilizar el medio de comunicación como un premio o un castigo, es decir, termina de hacer la tarea, ya puede ver la televisión, pero en ningún proceso se identifica al padre como un acompañante en la educación de su hijo frente a la televisión”, resalta Miriam Larco.

Esa falta de atención se refleja ampliamente en la ausencia de mirada al niño como un sujeto de derecho frente al consumo de programación audiovisual. No se lo ve como alguien que puede exigir lo que quiere y no quiere ver, y las formas en que quiere ser identificado. Ahí existe un silencio muy grande que no se está cuestionando, y que se agudiza en el incremento de niños pegados a una pantalla.

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