“Ahí le dejo la gloria”
Ahí le dejo la gloria (Editorial Planeta Colombiana, Bogotá 2013) de Mauricio Vargas Linares es presentado por sus editores como “una novela fascinante que recrea lo que solo Bolívar y San Martín supieron que ocurrió en la célebre entrevista de Guayaquil, en un ambiente cargado de intriga y espionaje, así como la compleja relación entre dos hombres excepcionales cuya visión política era tan disímil como semejantes sus planes para el continente”.
La verdad es que los editores no exageran y más bien se quedan cortos ante la acumulación de datos que trae el volumen, la minuciosa descripción de los personajes, el envejecimiento de San Martín, su cansancio, a pesar de ser solo cinco años mayor que Bolívar (nació en 1778, Bolívar en 1783).
Pero San Martín venía combatiendo desde Europa, y había iniciado ya su guerra por la independencia hispanoamericana.
Tras el épico cruce de los Andes con sus tropas, San Martín enrumbó hacia el norte, buscando el encuentro con Bolívar. Así llegó hasta Lima. “La madrugada del 28 de julio de 1822, el general San Martín se retiró discretamente del banquete que le había ofrecido Bolívar en Guayaquil, se dirigió hacia los muelles y se marchó. Este gesto fue el que develó la realidad geopolítica en la que dominaba Bolívar, y condujo a San Martín a retirarse del banquete que le había ofrecido el Libertador en Guayaquil, dirigirse luego hacia los muelles y marcharse.
En su primera solapa se lee: “La independencia americana dependía de vencer al último bastión realista en Perú; el laureado –pero ya cansado- Protector (léase San Martín) se haría a un lado y dejaría sus tropas bajo el mando de Bolívar”.
Aunque he leído (tal vez solo hojeado o apenas ojeado) las dos terceras partes del libro de Vargas Linares, no he podido ubicar dónde se dice “Ahí le dejo la gloria” pero como por el contexto general se entiende claro quién y por qué lo dijo, me parece innecesaria la búsqueda.
En realidad no hay la menor duda de quien le dejó la gloria a quién y en qué circunstancias. Porque una vez reconocidas las ventajas geopolíticas logradas por Simón Bolívar, el gran derrotado era, sin la menor duda, San Martín, quien dio marcha atrás dejando en Guayaquil sus aspiraciones históricas.
San Martín se sintió despojado de la gloria a la que había aspirado.
Ese fue el punto cero tras el cual vendría la debacle, el paso a un costado de San Martín en ese julio de 1822, dejando todo, incluso sus tropas bajo el mando del Libertador. “El resto es historia”, como subraya la primera solapa del volumen.
Una historia en la cual se ve que fue San Martín quien dijo, pensando en Bolívar: “Ahí le dejo la gloria”, iniciando su regreso calamitoso, consciente de que lo había perdido todo, incluido el mando de sus tropas, ahora comandadas por el Libertador. Lanza entonces su lamento el tango del envejecido y cansado San Martín, que se va apagando en el horror de su grandeza y su derrumbamiento no exento de dignidad.
Así como Guayaquil es el punto de arranque de la piratería en el Pacífico (sobre este tema, Los últimos piratas del Pacífico es un excelente trabajo del quiteño Sebastián Ignacio Donoso) es ella también la impulsora de las luchas independentistas de América del Sur y donde se fortalece Bolívar para echar a andar su maquinaria Libertadora.
Es evidente que cuando San Martín da su paso al costado y renuncia a todo, incluidas sus tropas, sabe que no renuncia a nada sino que lo ha perdido todo frente al poder geopolítico adquirido por Bolívar.
Así, el desglose de lo que perdía el general San Martin era:
a. La gloria (que se disputaba con Bolívar); b. Su prestigio político y militar; c. Su ubicación histórica; y d. Su relación con el poder.
En ese orden se dan las pérdidas de San Martín y no cabe duda de a quién se dirige cuando dice “Aquí le dejo la gloria”, pues él sabía que había perdido la gloria, –a la que aspiraba y creía merecer ante Bolívar-. En esa secuencia fue que San Martín, laureado pero agotado y desangelado, enfrentó su derrota, perdiendo la gloria y dejándole a Bolívar (incluso creyendo merecerla), su prestigio político y militar, su ubicación histórica y su relación con el poder.