Fue William Jones quien en 1786 señaló la similitud entre tres lenguas antiguas escritas (latín, griego y sánscrito), conocidas además por cierto parecido con otros grupos de lenguas europeas (celta, germano, eslavo) y dos grupos de lenguas asiáticas (indias e iranias). El intelectual británico inauguró la filología comparada entre las lenguas desde entonces llamadas indoeuropeas. Entonces todavía no existía un país llamado Alemania.
Había algunas lenguas que se llamaban alemanas, para diferenciarse de las lenguas germánicas del norte (sueco, danés, noruego, islandés) y del oeste (holandés, frisón, inglés). Luego algunos intelectuales que hablaban lenguas alemanas decidieron estudiar la nueva ciencia de la gramática comparada. Con cierta ingenuidad, reconstruyeron la lengua indoeuropea original (supuesto idioma de hace miles de años) y algunos de estos gramáticos osaron cambiar el nombre de lenguas indoeuropeas por lenguas indogermánicas.
Este exceso de nacionalismo de una nación joven contagió a los falsos intelectuales pangermanistas del siglo XIX que confundieron lengua con raza. Un error evidente si vamos a Escandinavia, donde confluyen dos subfamilias indoeuropeas; germánica (con sueco, danés y noruego) y balto-eslava (con ruso y lituano) además de dos lenguas que no son indoeuropeas (finlandés y estonio).
En esa fanesca de lenguas, el tipo étnico nórdico es el mismo. En cambio, entre los alemanes se nota el mestizaje en una zona que fue escenario de guerras no solo entre grupos indoeuropeos (celtas, latinos, germanos, eslavos, griegos) sino incluso con grupos asiáticos (turcos y mongoles). Algunos nacionalistas alemanes, no conformes con el calificativo erróneo de lenguas indo germanas, empezaron a llamar “arias” a las lenguas germanas y a la gente rubia. Este término fue usado originalmente por los iranios porque su país de origen se llamaba Aryavarta. Así que los únicos arios son los iraníes; por su origen, porque históricamente se mezclaron con árabes, turcos y mongoles.