Ayer, el libro Jugando con el abuelo y la abuela se presentó en Ibarra. Es una iniciativa del Ministerio de Cultura de Ecuador, que reúne la mitología de Imbabura, Carchi y Esmeraldas. Comparto el mito Las tres piedras.
-¡Qué hermoso está el río! dijo Adela, mientras corría hacia la ribera.
-¡Apúrate, si no quieres llegar tarde! Exclamó Eloísa.
La tercera muchacha, Rosario, recogió un geranio y se lo colocó en su lustroso cabello. El torrente del Tahuando bajaba límpido. Los juncos se mecían con el viento. Arriba, el Alto de Reyes -donde en los antiguos tiempos se realizaba el Pase del Niño- parecía árido. Los arbustos de las mínimas montañas producían un destello que se confundía con el encañonado. Pocos recordaban a los olivares de Ibarra descritos por Mario Cicala, en sus crónicas de inicios del siglo XVIII.
Su alegría se confundía con los cantares que traía la corriente desde las montañas. Eran muchachas y reían mientras se desvestían para su baño de aromas de azahares y geranios. Sus piernas eran dóciles a las hierbas mojadas y sus labios eran frescos, como las gotas que salpicaban sus caderas. Estaban desnudas y sus espaldas tersas se arremolinaban bajo el chorro firme, que caía desde sus cabelleras ensortijadas. Sus ojos tenían los paisajes de estas tierras generosas.
-¡No! ¿Qué haces? Exclamó Adela, al tiempo que movía sus brazos para esquivar el agua.
-Ja,ja,ja, se escuchó en la voz sonora de Rosario, quien arrojaba con sus manos, una pequeña cascada.
Eloísa, con sus pies ligeros, entraba y salía de la orilla. Como una serpiente inmensa, el agua se escurría por las pulidas piedras y el sonido que producía parecía estar en armonía con las risas de las muchachas.
Desde arriba, unos hombres las observaban ocultos en los matorrales. Tramaban el ultraje contra las vírgenes de olores de capulí. Las doncellas, sin percatarse, jugueteaban con el agua y sus cuerpos eran como garzas que se posan sobre el estanque.
Los tunantes se acercaron para tomar a la fuerza lo que se les había negado con la ternura. Las zagalas comprendieron sus intenciones perversas. Cuando sus manos se acercaron a sus figuras, los hombres sintieron una dureza de alabastro. Las muchachas se habían transformado en tres piedras. De lo que antes eran sus labios, brotaban tres ojos de agua, pero era como si fueran hechos de lágrimas.
Cuentan los abuelos que cuando bajaban al río, las tres piedras con fulgores de mujeres estaban allí. Cuando alguien se zambullía en su torrente era como si unas manos recorrieran una piel ajena, pero con gemidos traídos de otras épocas.