Éste el mejor de los tiempos. Éste, el peor de los tiempo.Todo este tiempo, tiempo de la soberbia. Soberbio el grande y el chico. La misma antigua soberbia de todos los tiempos, de todas las tragedias: Serviles a los pies de la soberbia, antes y después, en multitudes y en oración.
La soberbia, la ira y la envidia, dueñas del mundo (son las modernas Parcas). La soberbia dictamina nuestro destino; la ira enciende violencia y la madre de las furias es la envidia. Se quedan y no se quieren ir: soberbia, ira y envidia: impiden, imponen, subsisten como la palabra democracia convertida en arenas movedizas. Como escuchar a Rafael gritar su inocencia y verlo acompañado de tanto delincuente mintiendonos para llegar al poder.
Ser soberbio es el deseo de ponerse por encima de los demás. Dice Fernando Sabater que la soberbia es exigir primero yo, primero yo y después yo.
Los griegos a los soberbios los aislaban, sabiamente despreciaban a celebridades. Aquí las adoramos y declaramos reyes del rating, las nombramos divas, divos. Seres pasajeros, llenos de globos y espuma. En sus meditaciones Marco Aurelio recomendaba: “No le creas a los que te alaban, no creas lo que dicen de ti” y se reclamaba no pensar como emperador, sino hacer bien su trabajo, dar lo mejor de sí. Eso es entender que nadie puede estar sobre el otro; con el otro hay practicar el respeto. El soberbio descalifica y teme hacer el ridículo, tuerce todo para su conveniencia; es atormentado, en su cabeza la soberbia, en su cuerpo la ira y en sus emociones: la envidia. Decía san Agustín: “La soberbia no es grandeza, es hinchazón y lo que está hinchado parece grande, pero no está sano”.
Juego de soberbios mientras vemos pasar el cadáver de nuestros enemigos. Hay tanta ingratitud, tanto desagradecido, tanta mala intención. El soberbio me mira como inferior. El soberbio es indiferente. El soberbio tiene todos los nombres: incluso puede llamarse: amor, amigo, hermano, pana, coidiario. Es la soberbia que está tocando las campanas. La soberbia no nos ha abandonado. (O)