Es cierto que Paul era el menos transgresor de los cuatro de Liverpool. Lo es también que fue el más carilindo y menos rupturista; pero no podrá negársele protagonismo decisivo en aquellos que fueron -que fuimos- toda una generación que aprendía a atreverse por vía de su música.
Los suéteres cerrados, el pelo -para entonces- largo y los flequillos iniciales dieron cuenta de una rebeldía epocal que abrió sendas y diques que parecían inexpugnables. Viejas ideas y costumbres trastabillaron de golpe junto a “Rol sobre Beethoven”, “Sally la lunga”, “Anochecer de un día agitado”, “El dinero no puede comprarme amor”, entre otras de sus primeras producciones.
John Lennon agregaría la saga de su infancia difícil lejos de un padre abandónico, y llevaría luego a “Héroe de la clase trabajadora”. Paul acompañaba, aunque no fuera de los que más gustaba de la India y el Maharishi. Quizá sintió alivio cuando John agregó, en “Revolución”, aquello de “si vas con carteles de Mao, no quieras contar conmigo”.
Lo cierto es que, lejos de la frivolidad aparente, el rock de la época abrió el campo hacia el choque cultural, y luego hacia el ideológico. Sobrevino 1968 en París, y también en Roma o en México, y 1969 en la Argentina. Aparecieron los estudiantes intentando -no siempre con éxito- juntar sus sueños a los de la clase obrera. La nueva generación maduró en la lucha política, y tuvo después que soportar la reacción virulenta y represiva del stablishment.
Hoy estamos lejos de aquello, aunque de nuevo cerca. Tras la noche neoliberal, renacieron los ideales de la generación que parecía perdida. Hay aires de renovación continental en Sudamérica, algo de aquel ánimo libertario anima a varios gobiernos de la región. Gobiernan ex combatientes como Rousseff y Mujica, ex militantes como Lugo, Correa o Cristina Fernández.
Por eso es todo un símbolo Paul casándose en el aniversario de John Lennon. Un merecido homenaje a la máxima figura de The Beatles, un relámpago de aquel pasado como historia vigente, que se yergue pletórico en el presente.