No era una novedad que la presencia en una Feria Internacional del Libro (FIL) fuese acompañada de ruidos. En la FIL-Buenos Aires (abril, 2011), la prensa privada buscó endilgar al Ministerio de Cultura la “censura” de un libro y el mal comportamiento de un individuo del que se dijo era su “funcionario”. Nada se tuvo que ver con esos hechos. Y así se aclaró. Pero la información no fue corregida.
En la FIL-Bogotá (mayo, 2011), 240 embajadores culturales fueron reducidos a una delegación “oficialista” y el que intelectuales –que son hoy parte del Gobierno- lancen allí sus obras, antes que de orgullo fue motivo de escarnio. Cuando el impacto cultural ecuatoriano era indiscutible, la descalificación dio paso al silencio. Así, en su artículo “Ecuador sorprende en la feria del libro de Bogotá”, José Miguel Sánchez dice: “Algo muy importante está pasando en mi país hermano. Busqué detenidamente en la prensa ecuatoriana el registro de esta evidencia cultural y estos pasos brillan por su ausencia”.
Nuevos ruidos han acompañado la FIL-Guayaquil (2011) en la que la invitación a 45 escritores ecuatorianos y extranjeros ha sido estigmatizada como “censura” y “retiro de invitación” a un escritor que participó en la FIL-Guayaquil (2010), pero que no ha sido invitado a esta. Porque invitar o no a una actividad es una decisión soberana que las instituciones toman todos los días sin ser interpretadas como exclusiones. Empero, esta “noticia” imaginada, generó “solidaridades”. Me pregunto, ¿dónde estuvo el agravio o la expresión afrentosa en contra de este escritor que justifique la palabra solidaridad? Nunca será encontrada porque nunca ha sido emitida.
Estos ruidos no son fortuitos en el marco de las FIL. La prensa privada tiene conciencia del poder de “crear realidad” de la ideología y lo ejerce con ahínco. Porque tiene miedo de la disputa por la hegemonía planteada por el proceso constituyente. Los nuevos paradigmas liberadores que se socializan cotidianamente tienen la potencialidad de encarnarse en el pueblo de la mano de un gobierno con una legitimidad inédita en la historia del país.
Es ese núcleo hegemónico el que pretende deslegitimarse. Así, el escándalo busca reemplazar el debate cultural; y los contenidos de ruptura difundidos en las FIL en las que participa el Ministerio de Cultura, pretenden ser distorsionados o invisibilizados en esa lucha del Partido Medial de Derecha por mantener su poderío ideológico.
Por ello, hoy se impone la necesidad de derrotar esos ruidos y reemplazarlos por un vigoroso debate en torno a los contenidos culturales del nuevo país a construir, en disputa con los viejos contenidos, propios de la dominación oligárquica que se resiste militantemente al cambio.