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Ecuador, 06 de Octubre de 2024
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El Telégrafo
Aníbal Fernando Bonilla

RC: 9 años después

19 de enero de 2016

Es difícil ser objetivo cuando se razona desde el andarivel político. Hay pasiones que se desbordan y sentimientos encontrados. Más cuando se anteponen posiciones ideológicas. Una amalgama de intereses que, siendo legítimos, a ratos avizoran marcadas ambiciones corporativas. La política aquí y en cualquier lugar del mundo es la síntesis de la conducta humana desde las convergencias y contradicciones sociales. Por eso, se aplaude o reniega no solo de su contenido, sino, también, de sus formas.

Nuestro país ha tenido un recorrido político imbuido de aquellas emociones y sentires ciudadanos. Desde el matiz teórico la intención siempre será irradiar optimismo (invocando una patria para todos), aunque en la práctica instaurada en las últimas décadas -en donde predominaron los lineamientos neoliberales-, la decepción ciudadana se haya expresado en manifestaciones mayoritarias de descontento.

No hay que olvidar momentos aciagos, como en febrero de 1997, en donde un gobierno populista vergonzante (aquel fantasma bucaramista) fue derrocado por la dignidad de la gente expuesta en las calles. Decencia popular que también se vio imbuida de rebeldía en la salida de Jamil Mahuad (2000), ante sus nexos comprometedores con la bancocracia. Y para complementar el cuadro de desgobierno nacional, el exmilitar Lucio Gutiérrez (2005) fue sometido al escrutinio público frente a su mediocre administración (cuya pretensión fue someterse a los dictámenes del imperio norteamericano, sin que medie consideración alguna con sus aliados iniciales, como el movimiento indígena), huyendo en estampida en medio de la indignación de la sociedad civil.  

Esa inestabilidad democrática hizo que la población descrea en la tarea política y en sus actores principales. Aquella apatía -sobre todo de la juventud- no fue gratuita, ya que los hechos remiten a un proclive sistema destinado a privilegiar a minúsculos sectores, en menoscabo de la equidad del conjunto de la sociedad.

En tales circunstancias, emergió hace nueve años un proyecto de recomposición política con claras metas gubernamentales, que a la fecha tiene una identidad insoslayable: la Revolución Ciudadana que ha permitido -entre otros aspectos- politizar y visibilizar las voces comunes, que no pertenecen a ese grupo privilegiado que los medios privados han denominado ‘opinión pública’.

Ante los cuestionamientos dados a esta etapa gubernativa, cabe insistir en la notoria inversión pública cuyo reconocimiento traspasa fronteras. Pero, además, hay otros elementos que merecen su señalamiento, como una mejor autoestima poblacional, recuperación de la credibilidad institucional, reconocimiento de la diversidad étnica, atención prioritaria a los grupos vulnerables, reivindicación soberana, dinamización del aparato estatal (en donde la planificación es su eje esencial), ampliación de los derechos colectivos, acceso a los servicios básicos, etc.

Hay temas que merecen ser profundizados desde los estamentos estatales para una mejor marcha de la nación. Pero no cabe duda de que Ecuador, desde 2007, tiene una palmaria transformación que nos devuelve la esperanza de transitar por derroteros promisorios en tiempos ciertamente difíciles. Lo que sí es fundamental es que la ciudadanía sepa retener en la memoria la historia escrita, para no volver a cometer en las urnas los yerros del pasado. (O)

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