La solicitud que pretende presentar Fernando Villavicencio ante el Senado de Estados Unidos para que intervenga en nuestro país, con el argumento de afectación a los derechos humanos y corrupción, constituye un verdadero despropósito. Si se violaran derechos humanos o temas de esta índole, no va a ser Estados Unidos el que venga a salvarnos. Estas aberrantes solicitudes no hacen sino desconocer la fatalidad que conllevan las intervenciones de la potencia mundial a los países periféricos.
La situación de Villavicencio y, sobre todo, la del exasambleísta Jiménez, no ha sido fácil. Es un caso que devino en judicialización, el asambleísta perdió su curul y fue condenado por la justicia y optó por la clandestinidad. Sin embargo, en mi opinión, la judicialización de estos temas políticos están afectando la democracia ecuatoriana. Pero de ahí a acudir al Senado norteamericano y pedir una sanción igual a la de Venezuela, solo demuestra el nivel absurdo y de descomposición al que está llegando la política en Ecuador, en donde los diferendos, que son consustanciales a la política, peligrosamente rebasan sus fronteras para afincarse en espacios cada vez más oscuros vinculados con riesgos de afectación de derechos humanos y -ante esta nueva respuesta de estos actores- con solicitudes de injerencia e intervención externa.
Hay toda una institucionalidad internacional establecida para canalizar supuestas afectaciones a los derechos humanos. Es verdad que ciertas instancias de estos mecanismos han tenido una complicada relación con el Estado ecuatoriano, pero de cualquier forma, buscar canalizar sus demandas precisamente hacia el país de largo historial guerrerista e imperialista, y que no es precisamente un modelo de defensa de derechos humanos, es simplemente inaceptable.
Que ciertos actores de izquierda asuman las demandas de la derecha para enfrentarse al Gobierno, muestra no solo estos insólitos despropósitos, sino la complejidad del momento político en Ecuador, cuando las vías de cualquier proyecto progresista parecieran cerrarse a favor de un neoliberalismo parcialmente remozado. Pareciera que todas las ‘izquierdas’, las que aún quedan en el Gobierno (?) y las de la oposición, están cada vez más dispuestas a servirles la mesa a la hambrienta derecha.
Creo que en estos momentos hace falta, tanto al Gobierno como a la izquierda opositora, una lectura más calmada, pero también más estratégica acerca de la situación política actual y sus previsibles aunque peligrosas consecuencias de derechización. ¿O acaso pensar que este llamado sea viable constituya en sí mismo una ingenuidad u otro nuevo despropósito? (O)