Este es un editorial diferente, escribo probablemente, no desde una perspectiva analítica ni sociológica, sino desde la ecuatorianidad y el dolor que ahora eso significa.
El hecho de que amigos y amigas desde fuera escriban recurrentemente a solidarizarse con la situación que atraviesa el país que me vio nacer y al que le he entregado mi vida, trabajo y sueños, me ha hecho caer en cuenta de que la situación ya se ha tornado insostenible. No es que no lo percibía, no es que no lo vivía, solo no quería creer que estamos en el punto que hace más de un año imaginé y anticipé – desafortunadamente.
Asesinatos a la sociedad civil, a representantes políticos, a un candidato presidencial, secuestros extorsivos, delitos de oportunidad, control de las cárceles por parte de grupos de delincuencia organizada, atentados con coches bomba y vacunas incluso a quienes se encargan de distribuir el líquido vital, ya nos colocan en uno de los países más violentos de la región – con una tasa de más de 17 muertes violentas diarias – y encarar esa realidad no deja de ser preocupante.
El crimen transnacional, lamentablemente, ha permeado las más altas esferas de la estructura institucional, política y social y hoy por hoy se ha constituido en un escenario errático donde las variables sorpresa están a la orden del día, en un país atomizado, polarizado y con una estructura estatal extremadamente débil e ineficiente, por decir lo menos.
La institucionalidad y la gobernabilidad se han visto amenazadas por la inseguridad y por la falta de credibilidad en la función judicial, resultando en una democracia frágil y desmemoriada. Responder a la coyuntura sin tener una lectura histórica clara de los eventos pasados, no es sino un despropósito que no permite contar con una visión prospectiva que se correlacione con la realidad social.
El diseño de políticas públicas desde un enfoque técnico y que responda a datos, ha sido el gran ausente en el último tiempo y ha impedido que se pueda pensar siquiera en un abordaje sistémico. Pero junto a ello la capacidad de concertación y de maniobra política se ha convertido en una variable fundamental, que debe ser entendida, además, desde una clave global-local y no desde la endogamia.
Sin embargo, el desafío real viene desde lo social, desde la incapacidad de converger en torno a temas de interés común, por permitir que hayamos perdido de vista la recomposición del tejido social, de la esencia humana y de retomar los valores universales, que no son negociables y no deben – ni pueden – ser cooptados.
Respondiendo a la pregunta inicial, creo que es esencial entender que, aunque la situación actual refleja un problema estructural, no arrancó ayer y las más de 17 millones de personas que vivimos en Ecuador lo dejamos pasar. No nos compadecimos con la realidad, no le apostamos a la educación y a la protección social como una estrategia y sí es importante poner sobre la mesa la corresponsabilidad que tenemos como ciudadanía, como agentes capaces de incidir en la estructura y transformar esta situación para mejor. También como sociedad tenemos una deuda histórica y únicamente apuntar con el dedo a quienes ostentan el poder, definitivamente no es una alternativa.