Los populismos sean de derechas o de izquierdas, sean europeos o americanos, comparten características muy similares. Esta pandemia azota indistintamente América Latina, Estados Unidos o Europa.
Los populismos de derechas como Trump, Marine Le Pen, Viktor Orbán en Hungría, Bolsonaro. El “populista de centro” Emmanuel Macron. El populismo de las izquierdas como Chávez, Correa, Kirchner, Syriza en Grecia o Podemos en España. Todos “parecerían estar cortados con la misma tijera”.
Sus líderes se dicen representar al verdadero pueblo y con ello se adjudican la autoridad moral para gobernar en favor de una mayoría. Incluso irrespetando la institucionalidad democrática.
Los líderes populistas se identifican por una psicología casi patológica en sus comportamientos: Correa gritando y rompiendo periódicos; Trump mofándose de las mujeres; el filipino Duterte ufanándose de que a sus 16 años mató una persona o un Bolsonaro comportándose como un “César romano malcriado”.
El populismo es el arma del demagogo. No importa lo que tenga que hacer, lo importante es mantenerse en el poder. Pero qué hay de la responsabilidad de los ciudadanos para seguir eligiendo y reeligiendo a los mismos gobernantes populistas.
Dejo para su reflexión aquellas palabras del dictador mexicano Porfirio Díaz, que, refiriéndose a sus gobernados decía, “[…]Los mexicanos están contentos con comer desordenadamente antojitos, levantarse tarde, ser empleados públicos con padrinos de influencia, asistir a su trabajo sin puntualidad, enfermarse con frecuencia […] casarse muy jóvenes[…], gastar más de lo que ganan […]Los padres de familia que tienen muchos hijos son los más fieles servidores del gobierno, por miedo a su miseria; a eso es a lo que más le tienen miedo los mexicanos de las clases directivas, a la miseria, no a la opresión, no al servilismo, no a la tiranía; a la falta de pan, de casa y vestido y la dura necesidad de no comer o sacrificar su pereza”. Innegable una complicidad. (O)