Así se titula la obra de una joven política española Cayetana Álvarez de Toledo que, con gran precisión pone los puntos sobre las íes cuando afirma: “sólo cuando los políticos digamos en público lo mismo que afirmamos en privado, solo cuando reconozcamos la degradación de nuestro oficio, sólo cuando nos veamos retratados en el implacable espejo de los hechos, sólo entonces seremos capaces de rescatar la democracia de las mandíbulas del populismo”, habría que añadir, rescatarla también de las fauces del flagelo de la corrupción que corroe a la sociedad actual.
Entre las principales propuestas de los políticos en las campañas electorales, siempre constan los furibundos enunciados de lucha contra la corrupción, apoyo a la transparencia en la gestión pública, rescate de la integridad, bla, bla, bla…y lo dicen con tanta certeza y potencia que, a unos emociona y a otros enternece, evidentemente cuando afloran sentimientos tan bonitos, el respaldo en la urnas es seguro, el pueblo al consignar los votos, lo hace con total convencimiento.
Ya en el poder, al margen del lógico e indispensable cumplimiento de la ley, que más allá de un cliché, debe ser una norma de conducta, la lucha contra la corrupción requiere de absoluta convicción, de coherencia entre lo que se dice y se hace, de equilibrio y precisión para saber manejar los tiempos de procesos necesarios y que no pueden “caerse”, claro está, no pueden caerse, pero al mismo tiempo, no pueden continuar con falencias o inobservancias a la normativa aplicable.
Por otro lado, la pelea por la transparencia se debe librar públicamente con la utilización de los medios adecuados. ¿De qué sirven las instituciones si no generan confianza en la población? Para qué sirven si no comunican sobre resultados tangibles y verificables, además de proyecciones reales y serias, sin falsas expectativas?
¿Cómo se entera y confía la gente, si las autoridades no pueden comunicar sus concreciones? El que lo hace, tiene que comunicarlo, el que trabaja debe contarle a la gente que sus impuestos están siendo utilizados en beneficio del contribuyente. Quien no hace nada, nada tiene que contar…qué podría contar? tal vez podría decir que no se ha equivocado…
El ejercicio y la gestión pública no puede ser manejada desde la pusilanimidad por autoridades que no quieren dar la cara, en las calles, en las redes, en los medios, que no se juegan con frontalidad en el rescate de principios y valores, que “defienden” a la ciudad con acciones timoratas y un recelo que parecería ser cálculo, que dan pábulo para que la opinión pública, que no perdona la ineptitud y la inacción, los califique de paniaguados con el mismo carisma de un huevo sin sal.
En fin, la arena política está plagada de una variada gama de especímenes que tienen comportamientos que varían según las circunstancias, con líneas rojas móviles que sacrifican principios y valores inmutables que, deben ser tan sólidos que no puedan sobrepasarse en aras del poder y de efectos de corto plazo.
Hay autoridades que tienen un sentido de la urgencia más desarrollado que otras, hay quienes no son impávidos con respecto a los problemas sociales y se conduelen de la gente, hay otros en cambio que, tal como se decía coloquialmente “ni lavan ni prestan la batea” porque se sienten amenazados por la performance de otros, sin darse cuenta que el problema está en ellos y su precaria mentalidad.
Comunicar y transparentar la gestión pública es una obligación, quienes no lo hacen cometen un craso error y pasarán a la historia como funcionarios acomodaticios que se pasan medios periodos o periodos enteros sin merecer lo que consiguieron.
La lucha contra la corrupción y la instauración de una política de integridad y transparencia en la gestión pública continúa, el presidente Lasso con la política de gobierno abierto y la presentación de la estrategia nacional anticorrupción lo tiene absolutamente claro, los alcaldes y prefectos tienen todavía esa asignatura pendiente y, tal como van las cosas no darán la talla.
Por otro lado, los ciudadanos conscientes del flagelo, convencidos seguiremos batallando desde el sitio que corresponda, sin temor ni favor, aunque seamos considerados, por quienes solo calculan, políticamente indeseables.