El debate político en Ecuador hace rato dejó de ser un diálogo sobre asuntos de interés nacional. Hoy se ha convertido en un vergonzoso ring de box, donde sus más influyentes actores luchan a insulto limpio para probar que son los más machos, los que más mujeres tienen, los más “alfa” de la manada, pues.
Estos hombres duros no se dan la molestia de debatir con argumentos lo que diga el rival político; es mucho más efectivo sugerir que éste es homosexual (como si aquello fuera insulto), poner en duda su capacidad de mantener relaciones sexuales, criticar el tamaño de sus partes íntimas, burlarse de su peso, o insinuar que la pareja le pone los cachos.
Los hombres duros de la patria se restriegan en la cara sus atributos masculinos, aquellos que no tienen nada que ver con conocimientos, talento o calidad humana, pero logran demostrar su incuestionable virilidad: De ahí que vivan haciendo énfasis en su gusto por las mujeres, a quienes quieren consumir como “Coca-Cola”, en sus destrezas para patear el balón de fútbol, y su bravura para darse de puñetes contra cualquiera que ose criticarles algo. En este desesperado esfuerzo por convencernos de su hombría, despliegan toda clase de insultos, desafíos y hasta amenazas de muerte.
Esta es nuestra cultura política. Una atravesada por un de machismo tóxico, que equivocadamente nos quiere convencer de que el mejor líder es el que más grita e insulta. Gracias a esta idea absurda, en más de una ocasión hemos elegido en las urnas a caudillos que, a la vuelta de la esquina, atropellan nuestros derechos, a punta de violencia manifestada en sus diversas formas. La normalización de la violencia como una forma aceptable y válida de hacer política, es la que lleva a la prensa a tratar a los saqueadores de la patria como celebridades de reality show, dándoles espacio en sus segmentos de entrevista entre vinitos y risas, porque ¿qué importa que se hayan llevado la plata del país en costales, cuando comparten con el entrevistador su homofobia y odio tapiñado por las feministas?
Esto no es una cuestión de partidos, pues hemos visto que violencia machista está presente en todo el espectro político. Ojalá estos bochornosos incidentes sirvan descartar como posibles candidatos o líderes de opinión, a todos los que quieren convertir el necesario debate de asuntos de interés nacional, en una vulgar pelea de cantina. (O)