Siempre he tratado de comprender las motivaciones que llevan al ser humano (sea mujer u hombre) a evolucionar ‘de forma inadecuada’ cuando eventualmente está a puertas de alcanzar una determinada posición en la sociedad: logra obtener una atractiva posición laboral; consigue destacarse por su rendimiento académico/profesional; o, se hace acreedor a un incremento patrimonial por causas familiares o circunstanciales (como por ejemplo, ganar la lotería). El ser humano cambia, pero para mal; básicamente se vuelve arrogante. A la fecha, sigo sin comprender.
Sin duda alguna para usted, estimada lectora o lector, resulta familiar la conducta anteriormente descrita, y no es para nada lejana dado que posiblemente la ha visualizado al interior de su círculo social. La proximidad entre usted y aquella persona con una nueva posición en la sociedad se empieza a debilitar al grado de que se engendran brechas de enorme longitud: si antes el diálogo era frecuente, ahora el diálogo se lleve a cabo a través de una tercera persona (que funge como ‘mano derecha o secretaria(o)’. O, en el pasado la atención estaba en función de fijar el lugar y la hora del encuentro, ahora el tiempo que aquella persona nos va a brindar depende, en gran medida, de que exista espacio disponible en la agenda impuesta por la secretaria/secretario. A todas luces, una dificultad que crece como bola de nieve.
¿En qué momento llegamos a concebir este panorama? Si me esfuerzo por ilustrarlo, a partir de mis años en este mundo y de las dificultades vividas, puedo destacar que esta sombra es consustancial al prácticamente la raza humana. En esa línea, y en lo que a mí respecta, -años atrás- cuando me encontraba a semanas de asumir una importante y delicada posición de alta autoridad en el país, mi modo de pensar transitó a ‘no soy cualquier persona’.
Ya en funciones, el que ‘las puertas se abran por el cargo que se obstenta’ va ‘de a poco’ seduciendo. Es evidente que el ego (como me decía mi antiguo confesor franciscano) ‘toma cuerpo’, y nos vuelve soberbios, creyendo que lo que antes podíamos hacer (atender personalmente), hoy es una obligación que lo atienda otra persona “de nuestra confianza” simplemente porque consideramos tal labor “de poca importancia”. Vaya estupidez; perdón por la expresión. A modo de consuelo: como estamos “en una nueva posición”, olvidamos que todo es coyuntural (temporal o cíclico), que lo idóneo es el buscar seguir madurando como seres humanos y que lo trascendental está en que nos identifiquen por seguir siendo ‘l@s mism@s’, y que tendemos puentes (y no construimos barreras). El reto: no dejarnos arrastrar por la corriente, y perpetuar la nobleza.