Si algo ha quedado bastante claro, y por igual, en todos los países del mundo es la importancia del Estado y su rol, no solo en las políticas de salud y sanidad, sino también en las políticas sociales y económicas vinculadas a la pandemia.
El Estado, esta institución abstracta, compleja y contradictoria creada en la modernidad, ha sido bastante cuestionada desde la generalización de la globalización económica y cultural y desde la constitución de instancias supranacionales. Se había pronosticado ya no solo su decadencia, sino que teóricos sociales más audaces han presagiado su fin. Sin embargo, hoy el Estado se ha vuelto más indispensable que nunca, porque es el único que puede eventualmente garantizar no solo equidad en la distribución de servicios de salud, sino también recursos para la recuperación económica en medio de la pandemia.
No obstante, el Estado per se no garantiza todo, ni es la fuente de todas las bondades. Espacio de disputas, aunque también de ciertos acuerdos, de acuerdo con Bob Jessop (2017) el Estado se convierte en esa relación social que supone una condensación material de relaciones de fuerzas, una mediación institucional, discursiva y simbólica que incorpora selectividades que privilegian a ciertos agentes e intereses por sobre otros.
A nosotros nos queda bastante claro que nuestro Estado no ha dado la talla para el manejo de esta crisis sanitaria y sus múltiples consecuencias. Ahí han ocurrido los peores hechos de corrupción que solo nos provocan vergüenza y un profundo pesimismo. Sin embargo, como bien lo dice Jessop, ese Estado no está desvinculado de la sociedad, y allí también podemos encontrar las debilidades y fracasos que retroalimentan al propio Estado.
El horizonte es reconstruirlo todo, tenemos la oportunidad de elecciones cercanas, aunque esa no es la única cancha en la que toca trabajar, sino en la propia sociedad que tiene que recomponerse con fuerzas de las que sí disponemos: un pueblo profundamente trabajador, solidario y perseverante, de allí, de lo mejor que tenemos, corresponde sacar la fuerza para recomenzar. (O)