A veces escucho a las personas hablar de la pandemia desde sus realidades en redes, en conferencias, en política. Se expresan sobre la cuarentena quizá desde su comodidad y con poca empatía, pensando que jamás vivirán la pobreza. He visto mensajes grotescos que dicen: “la gente es pobre porque quiere”.
Esas expresiones no reflejan lo que verdaderamente es el país. Muchos somos nietos de campesinos que levantaron a sus familias sudando duro, labrando el campo, explotados por intermediarios que ponen el precio a sus productos.
Somos hijos de quienes abandonaron el país, en la peor crisis financiera, para alimentar a los suyos con remesas; de madres trabajadoras que se despiertan a las 04:00 para ir a sus labores, de jefas de hogar que no terminaron el colegio, que parieron a los 15 años, no fueron a la universidad, y nunca han tenido trabajo fijo.
Muchos compatriotas no tienen seguridad social y a sus 60 o 70 años siguen lavando ropa, limpiando casas, reciclando, buscándose la vida, porque el hambre y la salud no esperan.
Somos un Estado que en todos los niveles de gobierno, está permeado por vivos que se enriquecen con contratos públicos; políticos que nos han hipotecado y endeudado, un país asaltado por delincuentes de cuello blanco que traficaron con nuestros sueños.
Quizá porque soy nieta de agricultores, conozco la necesidad y sé lo difícil que es tener educación, un trabajo o poder emprender; comprendo la realidad del país y la urgencia de aprobar normas y diseñar políticas públicas que orienten adecuadamente los recursos del Estado en oportunidades para todos.
Hoy más que nunca necesitamos actuar con sensatez, legislar y gobernar con equilibrios, buscar la forma de mantener operando el aparato productivo, evitar las quiebras del sector privado, sostener el empleo y asistir a los que menos tienen.
Somos un país de gente buena, honesta y solidaria. Un pueblo que no se rinde, que no da ni un paso atrás, que lucha y vence. (O)