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El Telégrafo
Duglas Rangel Donoso

Nuestros muertos

05 de noviembre de 2019

Qué frío que envuelve a nuestros muertos cuando los olvidamos, cuando los despojamos de la dignidad de recordarlos vivos, acompañándonos. Recordar el cariño que nos unía. Rezo por aquellos que murieron y por aquellos que también moriremos.

Recuerdo a mi madre, fue una bendición para mí. Mi padre. Mis muertos: todos ellos son una bendición y me pido no olvidarlos. Recordarlos me recuerda mi vida frágil y pasajera. Cuando muera, que alguien me recuerde dignamente. Que recuerde la dignidad con la que viví; por eso procuro que mis actos sean dignos de mí y del respeto al otro. Ahora, aquí.

Esta oración por los que ya no están con nosotros. Por los que faltan y nos dejaron su ausencia grabada en el mármol de los recuerdos. Por aquellos que dejaron de ver nuestros ojos y nosotros los suyos, por aquellos que el corazón les falló y dejaron de escribir notas en la canción de nuestra vida. Por aquellos que se separaron de nosotros, pero de quien jamás nos separaremos.

Por aquellos que prometieron ser felices y murieron luchando por conseguirlo, por aquellos que no llegaron a serlo y por aquellos que murieron con una sonrisa en la cara rodeados de todos aquellos recuerdos vividos. Por todos los que vamos a morir, algún día, algún momento, en alguna hora y que sea una hora de paz y aceptación.

Por aquellos que se fueron sin que sea su hora, pero que se fueron para no estar nunca más. Acordémonos verdaderamente de ellos, nuestros muertos, los santos de nuestras vidas. Ojalá podemos ver la muerte a colores y en colores, como una despedida que espera un reencuentro. Paz para los vivos, paz en la muerte.

Recuerdo la muerte de mi madre, Sra. Nancy Donoso Jiménez. Al final de sus días su cuerpo ya no existía. Se volvió tan frágil, sin embargo, poseía una dignidad luminosa. Murió como una reina. Entré al cuarto donde descansaba su cuerpo y nos quedamos solos, coloqué su cabeza bajo mi regazo y le canté la canción más bella de gratitud.

Acaricié sus canas y sentí que se despedía de mí. Toda mi vida desde mi nacimiento transcurrió ahí. Sentir estar en su vientre hasta ese momento en que ella nació como una bella y eterna estrella en mi corazón.

(En memoria de don Ramón M. Loor Villegas, quien murió tal como vivió: con amor). (O)

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