Ofende e indigna escuchar a los políticos mentir -hay excepciones-. Mentir es un verbo de conducta, mientras que engañar es verbo de resultado. Para mentir, basta con que el hablante dirija el enunciado falso a otras personas, mientras que, para engañar, es necesario que, además del despliegue de la maniobra engañosa, la víctima resulte efectivamente engañada. En la crisis que vive Ecuador, gobierno, sociedad civil, ciertos medios de comunicación, líderes de opinión y dirigentes de organizaciones sociales adoptan por convicción o conveniencia, discursos plagados de mentiras.
Duele y lastima constatar que la palabra que debe aparecer previa las grandes transformaciones sociales, que es el poder del espíritu sobre la violencia, que es el verbo que se hace carne después de cada génesis de la historia y de la vida, en el mundo de la política se corrompa a ritmo de vértigo. Las ideas que deben expresar, en una abrumadora mayoría de políticos, se vuelven fango, moho, derrumbe, o doblez, codicia, delirio. ¿Las mentiras común y política son iguales? La mentira política es especial debido al uso del lenguaje y a la función de sus mentiras.
En cada proceso electoral que vivimos salta la inquietud de ¿Por qué molestarse en celebrar elecciones que dan a los políticos licencia para defraudar a sus electores? Tras el proceso electoral y derrota en la consulta popular, adoptar una actitud razonable frente a la mentira en política es difícil. Por un lado, la animadversión que producen ciertas figuras políticas puede provocar una percepción exagerada de la frecuencia con la que los políticos mienten y del reproche que merecen cuando lo hacen. Por otro, el rechazo que produce la imagen de que las decisiones políticas dependen de las escaramuzas entre agentes dedicados a perseguir su propio interés puede llevarnos a conceder que la moral y la ética no aplican a la política.
Es probable que las mentiras sean tan frecuentes en política como en la vida cotidiana. Sin embargo, virtudes y defectos de políticos, se irradian en entrevistas en medios de comunicación y constituyen tentaciones recurrentes para la mentira, si el periodista no cumple su rol. Otro escenario es el de interrogatorio en algunas comisiones de la Asamblea Nacional o judiciales de control político. No es inusual que, cuando un político se enfrenta a una pregunta directa sobre su responsabilidad o su conocimiento de un determinado hecho, responda con enunciados que sabe falsos, aunque sepa que con ellos no logrará persuadir a su audiencia. En el país, hay políticos que pierden la memoria a conveniencia.
Urge caracterizar aquello que hace especial a la mentira política, considerar cuál es su estatus moral, cuál es el distintivo daño o perjuicio que produce y cuáles deben ser las reacciones morales y legales más adecuadas.
El uso de lenguaje codificado ilustra un rasgo común al que se recurre en las pugnas por el poder político: hay expresiones, palabras clave, denominaciones cargadas, líneas de argumentos, tópicos que en boca de los políticos no buscan comunicar o engañar sobre aquello que estrictamente significan, porque las formas de la mentira política son variadas al utilizar recursos de un lenguaje que no tiene el propósito principal de comunicar lo que se dice.
De hecho, los géneros del discurso político son numerosos: la arenga electoral, propaganda, el discurso de posesión o toma del poder, las alocuciones públicas de ataque, o defensa de políticas o de individuos, los informes periódicos frente a la nación, mensajes públicos en fechas conmemorativas, los testimonios autobiográficos o de memoria histórica, declaraciones espontáneas en medios de comunicación masiva y los mensajes en redes sociales.
Al escucharlos, hay políticos que conminan a llorar de indignación o lástima, a sabiendas que el insulto puede ser recurso válido, pero para convertirse en insultador se requiere talento en abundancia y caudaloso acervo cultural; caso contrario es entrar a la historia de la estupidez humana.
Hay que estar consciente que uno de los riesgos que vive la democracia con la mentira y el engaño es que las personas dejen de acceder a la información necesaria para tener opiniones sólidas; que recurran únicamente a aquellos que piensan lo mismo, originando polarización y violencia, evitando confiar en un sistema político que se basa en el diálogo y discusión ciudadana.
Hay que despertar de forma urgente a una ciudadanía crítica que tome distancia de la ira, indignación y odio producidos por la mentira política para identificar a quiénes mueven las pasiones y emociones del país.
Se busca una ciudadanía capaz de comprender la realidad histórica, que sea hábil para interpelar a sus gobernantes y sus propuestas y, sobre todo, que combine la discusión académica tradicional con la experiencia de representantes de movimientos sociales e instituciones gubernamentales para instaurar la práctica diaria de la verdad como lema de gobernanza y democracia.