En estos días se comenta la actitud de personas que, participando en las últimas elecciones con el auspicio de una bandera política, sucumbieron a la llamada de la línea contraria, al ser seducidas por una designación en su beneficio. Tal actitud no es nueva; antes bien, corresponde a la etapa de la partidocracia, cuando se cotizaban los votos y se hacían extrañas alianzas que condujeron, a quienes contaban con dos o tres partidarios en el Congreso, a ser designados para la más alta magistratura.
Considerábamos superados esos vergonzosos momentos históricos, que hoy se repiten. Se evidencia la incoherencia ideológica de quienes así proceden o el oportunismo y falta de conciencia política.
Curiosamente el escudo que esgrimen es su ‘neutralidad’ y disposición a sacrificarse en aras del cantón, la ciudad o la provincia. Según ellos, han caducado las categorías izquierda y derecha y por ello da lo mismo un grupo político u otro. Algunos, que han militado notoriamente en filas progresistas, ocultan o reniegan de su pasado. Hubo quien en entrevista pública se ufanaba de haber colaborado con dignatarios de signos políticos opuestos, lo que, según él, demostraba su madurez política.
A partir de la caída del bloque socialista se hicieron más frecuentes estas conversiones. Parece que se convencieron del fin de las ideologías preconizado por voceros del neoliberalismo mundial. Ante el asombro de quienes compartieron con ellos jornadas de lucha, hoy son obsecuentes servidores de los más recalcitrantes líderes de la burguesía. Por desgracia, en el ámbito intelectual se dan varios de estos ejemplos, de quienes han renegado de sus principios… pero no gratuitamente. Curiosamente, insisten en que ellos mantienen su posición de izquierda y con ese disfraz continúan ejerciendo funciones en y con la derecha. Lo elemental es que reconozcan que cambiaron de bando y no sigan dando lecciones acerca de lo que significa ser revolucionario.
Cuando se dan situaciones parecidas en otros países, la prensa no vacila en llamarlos ‘tránsfugas’ y ese calificativo los acompaña cada vez que se los nombra. La ética, tan poco recordada por algunos, determina que, al ser cobijados por un partido o movimiento, la lealtad sea la primera de las obligaciones. Los cínicos dicen que esos acomodos son parte del juego político, pero en el cambio de época que vivimos, no hay cabida para los ‘Judas’ o los neutros, sino para quienes acrediten juego limpio y alta moral revolucionaria.