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El Telégrafo
Christian Gallo Molina

Las miserias del proceso penal

03 de mayo de 2021

Uno de los más prolíficos autores del Derecho, tituló con el nombre que hoy lleva esta columna, a una obra fundamental en el ámbito jurídico penal y cuyo conocimiento aporta muchas luces a una esfera tan vigente como denostada. Francesco Carnelutti (1879-1965), jurista italiano, dedicó toda su vida al estudio, la enseñanza y el ejercicio del Derecho. Si bien gran parte de su producción académica estuvo orientada al Derecho civil, la obra en mención se establece como una de las visiones más puras y reales que alguien ha podido plasmar sobre qué es el proceso penal.

En su trabajo, Carnelutti no teme en señalar que la civilidad o incivilidad de una sociedad se mide por su proceso penal, y que, si bien el Derecho penal es el “Derecho de la sombra”, es solo a través de la sombra que se llega a la luz. Así, el jurista es de los primeros que se toma el tiempo de humanizar al procesado, tantas veces juzgado en desigualdad a causa del prejuicio social de culpabilidad.  Por otra parte, el autor udinés es de los primeros en tomar en cuenta cómo la opinión pública influye e incluso deforma el ejercicio de los diferentes actores en la rama penal, pero otorga así mismo las soluciones necesarias para que este ámbito no pierda su esencia y rigurosidad formal.

Hoy, cuando nuestros titulares y diarios están llenos de la crónica de delitos y sus procesos, es cuando más importante resulta hablar del proceso penal. Y no es que estemos viviendo un tiempo especialmente aterrador donde la tasa de criminalidad se ha disparado o que estemos asistiendo al “desbarranco moral” de nuestra sociedad como algunos dicen; lo que sucede, es que el acceso a la información es menos restringido que antes y, por tanto, las posibilidades de investigación, fiscalización y seguimiento están al alcance de todos. Así, los actos penalmente relevantes que antes quedaban en el silencio y la clandestinidad, hoy se vuelven públicos con más facilidad y con ellos, los presuntos responsables. De ahí que, la consecuencia lógica, sea que la opinión pública, juegue un papel trascendental en un área que tiempo atrás, desconocía o a la cual accedía únicamente llevada por la curiosidad y el morbo propio que las circunstancias de este tipo desencadenan en la naturaleza humana.

Mentiríamos entonces si dijésemos que el ámbito penal no es violento, oscuro y tortuoso. Quien lo observa desde afuera puede poner en él, un rostro al drama y la miseria humanas. Quien lo vive desde adentro sabe que no solo en la pena se encuentra el dolor y el sufrimiento, sino que estos dos, coexisten desde el inicio del proceso en si mismo. Victima y victimario, comparten entonces, espacio y desconsuelo.

Precisamente, estas consideraciones, son las que obligan a que el proceso penal, en respeto a la víctima y a la presunción de inocencia que acompaña al procesado, al menos idealmente, sea solemne y ordenado, y que sus intervinientes (juez, fiscal y abogados) sean conscientes del prudente papel que deben desempeñar.

En la actualidad, la critica de Carnelutti es más evidente y necesaria que nunca, y es que el proceso penal y los diversos casos sometidos a su tratamiento han venido a reemplazar al viejo circo romano. Así, los ciudadanos desde la tribuna contemplan como los procesados, al igual que los condenados romanos y los primeros cristianos, son lanzados a las bestias; y, los abogados, como gladiadores, se afilian a una facción y en virtud de las batallas libradas se disputan la fama, el lugar, el renombre o su posición en ese circo. Entonces, el proceso penal se vende como un gran espectáculo lleno de buenos y malos, deshumanizando por completo a sus sujetos y obviando la solemnidad y el recogimiento que este merece, olvidando así que lo que está en juego es la libertad de un sujeto y con ella su posibilidad de una vida digna.

Desde jueces que alegan solemnidad por usar togas y martillos, pero que a la primera ocasión no temen adelantar criterios para quedar bien frente a los medios de comunicación; o, fiscales que, violando su objetividad, optan por mediatizar las investigaciones a su cargo; o, abogados que olvidan su rol y lo que no pueden lograr en los tribunales buscan conseguirlo a base de “coyunturas”, denuncias, amenazas o escarceos públicos, son el pan nuestro de cada día. Así, no es de extrañar las diatribas que, no pocas veces, recibimos a causa de nuestra profesión. Y es que si no tomamos conciencia de en qué hemos convertido al proceso penal, nuestra voz se torna débil al momento de exigir observancia y respeto por algo que nosotros mismo hemos ocasionado.

Dirán que sencillo es hablar desde afuera, pero en este caso es alguien que pertenece a la esfera penal quien escribe la presente, al considerar necesario un mea culpa por toda la incivilidad que hemos traído al proceso penal en nuestros días. Que las circunstancias que vivimos sean pues, una invitación al recogimiento y a la racionalidad que tanta falta nos han hecho en el último tiempo.

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