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El Telégrafo

Lapidar

16 de agosto de 2011

No es linchamiento porque este necesita contacto; es lapidación que se hace a distancia: lanzar y lanzar piedras hasta que la víctima caiga, desangrándose. Pero las víctimas no tienen la misma resistencia, excepcionalmente  hay quienes pueden incluso resistir hasta el final, tanto que los victimarios terminan derrotados.

Es de vieja data la conocida prensa amarilla que tiene clientela  como si se tratase de pornografía. La prensa amarilla ha borrado todo límite ético. Sus enormes carencias y vacíos las proyectan contra el lapidado.

Esa prensa se ha valido siempre de periodistas que necesitan imperiosamente un trabajo, no importa que para eso haya que tirar piedras. Puede que, incluso, no estén contra la víctima, es que no hay remedio, el trabajo lo ordena. En eso pueden llegar a parecerse a los torturadores, cuando pequeñitas luces, como flashes, les espeta el rostro del torturado suscitando una efímera compasión.

¿Quién ordena semejantes prácticas? La pulsión crematística que inevitablemente deviene poder desaforado.

El dinero es todo, o casi todo, en estas sociedades que le rinden la máxima pleitesía a quien sabe acapararlo.

Por todos lados, en esa locura, surgirán amenazas, peor si el poder, que nunca será eterno, empieza a presentar fisuras. Y fisuras han empezado a aparecer después de tantos años de abusos.

Y en nuestro país, de inicios del siglo XXI, el amarillismo como que tiende, en las prácticas periodísticas, a embadurnarlo todo. Hay que tirar piedras aunque no exista razón directa. En el caso del diario El Universo ya no debe llamarnos la atención esa predisposición, siempre habrá una primera página que más parece cantera.

La alerta naranja del Gobierno le hizo perder mucho dinero al turismo, más o menos así fue la sentencia, el titular.

Un comportamiento mayor de las mareas se esperaba para el feriado que acaba de pasar. No fue así, por suerte, y no hubo problemas, aunque un sector turístico se queja por  dinero. Si la lectura fue equivocada, si hubo precipitación, se podría radicar la competencia en la persona responsable del área. No, fue el Gobierno, así que hay que llevar las piedras a la redacción.

Pero: ¿podemos, como lectores, asistir eternamente a ese espectáculo? ¿cuántas personas, del universo total de lectores, creen que así de grotesca tiene que ser la cuestión? La esperanza me hace pensar que cada vez son menos los que entran en ese juego. El cliente pornógrafo ahí estará siempre, es fiel, mientras le ofrezcan su cansina y deformada necesidad, educándose para lapidar.

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