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El Telégrafo
Edmundo Vera Manzo

La integridad: base de la prosperidad en la vida

09 de julio de 2016

Una alta conciencia ética de las personas y de una comunidad es que reconozca a quiénes escoge para realizar un trabajo importante entre los que se encontraban disponibles en un momento determinado. Mientras mayor es la responsabilidad del trabajo, más severidad debe existir en el cumplimiento de los requisitos exigidos que puedan garantizar, con la menor posibilidad de riesgos, el excelente desempeño en las tareas a realizarse. Lo ideal es que la persona por escogerse presente el más alto perfil, con base en las cualidades y competencias en aspectos como la integridad, honestidad, talentos, conocimientos, experiencias y manejo de las relaciones interpersonales. Sin embargo, las más importantes de las cualidades son la integridad y la honestidad. Aun siendo excelente una persona en los otros aspectos, todo se derrumba si no existen ellas. Para Warren Buffett, la integridad es la piedra angular en el trabajo. Sostiene: “Cuando se busca personal se observan tres cualidades: integridad, inteligencia y energía. Pero la más importante es la integridad, porque sin ella las otras dos cualidades, la inteligencia y la energía, te comerán”. Mary Buffett comenta: “Cuando se contrata a alguien para que esté al frente del negocio se le confían también las arcas. Si son personas listas y trabajadoras ganarán mucho dinero para usted, pero si no son de fiar encontrarán mil y una maneras de hacer que su dinero acabe yendo a parar a sus propios bolsillos. Así que, si tiene que contratar a personas que no son honradas, al menos asegúrese de que no sean trabajadoras y de que sean tontas de remate, de ese modo poco podrán hacer”. La integridad se asocia con lo completo, intacto, con la totalidad. Una persona íntegra es aquella que reúne un conjunto de cualidades para hacer todo lo que se considere “bien para nosotros y que no afecte a los intereses de las demás personas”. Desde el punto de vista ético, es una persona coherente en una serie de valores, como ser honesto, en quien se puede confiar, no alcanzado por un vicio, en especial la corrupción; que “hace lo correcto, por las razones correctas, del modo correcto”. Lo contrario a una persona íntegra es alguien fragmentado, dividido, desigual, incompleto, desequilibrado, alienado.

En el pasado, las leyes y reglamentos de educación hacían referencia a que uno de los fines y objetivos de la educación era el desarrollo integral de las personas, en las dimensiones física, emocional, intelectual, ético, moral y cívico, lo cual  debía estar reflejado en los planes y programas de estudios de la educación primaria, secundaria y universitaria. Desde la década del sesenta del siglo anterior, en Ecuador y América Latina, los valores éticos trascendentales han sido reducidos al mínimo, son casi inexistentes. Los intereses comerciales y la ganancia rápida (de la mayor cantidad de dinero, en el menor tiempo y sin importar cómo) idolatran y convierten al dinero en un dios. Igualmente se sobrevaloran los conocimientos y las tecnologías computacionales. Lamentablemente existen no pocas personas con los más elevados conocimientos y tecnologías junto a una baja integridad y honestidad,  es decir, seres desequilibrados. En un ambiente deshonesto, de coimas, favores y en definitiva de corrupción, la persona íntegra se convierte en una planta rara. En muchas instituciones, la persona íntegra no se encuentra de moda.

El mayor privilegio y orgullo de una organización e institución privada o pública es ser dirigida o gobernada por personas íntegras en las  que se puede confiar, con capacidad para comprender los problemas, con experiencia para no repetir errores, sabiduría en la  toma de decisiones y trato adecuado, respetando los derechos ajenos. Contar con estas personas es un verdadero tesoro para dirigir y gobernar en una época turbulenta. (O)

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