Las grandes economías de las naciones occidentales están atravesando una de las mayores crisis estructurales que se tenga memoria. La gravedad y duración de su impacto en el planeta es evidentemente preocupación de los gobiernos y pueblos del orbe.
Se considera -por centros académicos de renombre mundial- que el sistema capitalista se encuentra en agonía y con serias expectativas de extinción en los próximos años. El abuso del endeudamiento externo, tanto en la Eurozona como en los Estados Unidos de Norteamérica, los altos costos de los commodities, los desastres naturales en Japón y la conmoción política en los países árabes han planteado severos cuestionamientos al sistema que históricamente fue responsable importante de la acumulación de caudales. Muchos de estos pronunciamientos tienen características y argumentos muy serios y otros más bien anecdóticos, como la desvalorización de USA de su certificación crediticia.
Los llamados grupos de Estados ricos y poderosos no logran resultados de crecimiento y estabilidad económica compatibles con la magnitud de la debacle, y por ello el sustento de la desaparición del sistema capitalista como tal tiene pleno asidero y convicción en los círculos financieros importantes de la Tierra. El Estado de bienestar, que fue la entelequia que los regímenes socialdemócratas esgrimieron como alternativa al socialismo, yace moribundo y con escasas posibilidades de resucitarlo.
El manejo del salvavidas financiero para bancos y aseguradoras, por parte del gobierno de Obama, no surtió el efecto deseado y ha creado mayor incertidumbre en el mundo capitalista.
Estos maltrechos esfuerzos buscando la recuperación económica son una muestra fehaciente del equivocado criterio de inyectar en la cúspide de la pirámide bancaria los recursos del Estado, para que los bancos los manejen a su antojo y obviamente para favorecer a los altos ejecutivos con sueldos y pensiones jubilares millonarios, dilapidando así el dinero del pueblo americano y convirtiendo en el mayor de los fracasos el plan económico remedial, planteado por el Gobierno estadounidense para salir de la hecatombe financiera, y cuya consecuencia política fue la derrota del Partido Demócrata en las elecciones de medio período.
El capitalismo salvaje del que hablara el papa Juan Pablo II se debate en una vergonzosa retirada y es hoy el refugio de las multinacionales en una suerte de acciones del fin del mundo, con un sistema financiero sin timón que quiere apoderarse de los últimos reductos de la herencia de la democracia social, los fondos de pensiones de millones de trabajadores y sus familias.
Las predicciones de Karl Marx, de que las desigualdades de la sociedad capitalista -que convierte a centenares de millones de seres humanos en los “condenados de la Tierra” y a una privilegiada minoría en los usufructuarios de los bienes y fortuna de la humanidad- la llevarían a su autodestrucción, se están cumpliendo.