La primera ministra del Partido Laborista de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, arrasó en las urnas con el 49% de los votos. Esta amplia victoria se da luego de la exitosa gestión de la pandemia, su liderazgo empático frente al atentado supremacista de Christchurch y su convicción de que el éxito se mide también con la mejora en la calidad de vida de la población. En 2017, cuando Ardern fue electa primera ministra de Nueva Zelanda, se convirtió en la mujer más joven en el mundo en liderar un Gobierno y ahora constituye una de las personas más influyentes, según la revista Time.
El progresismo de esta lideresa ha consolidado importantes avances sociales y políticos. Ahora, la comunidad internacional pone sus ojos en este país ubicado en el suroeste del océano Pacífico. Por supuesto, hay muchos retos más por hacer frente como la desigualdad, pobreza infantil, racismo y otros temas socioeconómicos. No obstante, esta nueva victoria que ofrece a Ardern tres años más en el cargo será una oportunidad para continuar trabajado por aspectos claves como el bienestar social.
La fiesta democrática en Nueva Zelanda nos hace pensar precisamente en aquellas y aquellos gobernantes que necesitamos y que merecemos. Recordemos que los cargos de elección popular son elegidos por el mandante que es el pueblo y, en ese sentido, quienes ocupan estos cargos deben hacer su gestión en el marco de la ética y cumplir con su plan de gobierno pensando en el bienestar de la población y desarrollo del país.
Merecemos lideresas y líderes que conduzcan de manera eficiente al país, y que no respondan a intereses propios o de determinados grupos. En América Latina hemos evidenciado como los actos de corrupción han debilitado no solo a la política; sino también a la institucionalidad, lo que golpea de manera directa y frena su desarrollo.