El pasado viernes arrancó la campaña electoral y con ella el país entra en un período de examinación de todos los candidatos.
Es un tiempo de reflexiones y emociones en juego por alcanzar un sitio en el sistema de representación: unos buscando ser electos para representar a otros que buscan en los primeros a los personajes más aptos para que su voz esté presente en la estructura del Estado.
Entre las emociones y las reflexiones es necesario el fuerte trabajo de examinar a fondo los “ofrecimientos”, los “programas” de los candidatos. Y es una exigencia necesaria porque todos los candidatos deben ser escrutados a fondo para identificar las motivaciones personales y sociales que han hecho que se presenten como tales, asumiendo que representan al conjunto o por lo menos a una parte de la nación.
Con este esfuerzo de reflexión es posible delatar los ofrecimientos huecos, los lugares comunes, la debilidad ideológica, etc.
Por ejemplo, todos los ecuatorianos reconocemos que la delincuencia, la inseguridad es un problema que afecta a las mayorías y que debe buscarse una solución a mediano y largo plazo; sin embargo, se puede convertir en un lugar común cuando se quiere endilgar sus causas a un tiempo político específico.
La delincuencia no es plana y simétrica; su estructura y función es de alta complejidad y responde a un sinfín de causas sociales e históricas. La delincuencia ha estado presente en todo tipo de sociedad y su diversificación mundial estuvo a merced de la expansión del capitalismo a nivel internacional. Y han sido las sociedades bajo sus sistemas de creencias que han definido qué es o qué no es delincuencia o quién es o no es delincuente; de igual manera con el caso de la inseguridad.
Por tanto, una sociedad estructurada en clases sociales, tendrá diferentes interpretaciones que responden a cada clase social, respecto a lo que es seguro e ideal en una sociedad. Por eso pensar en una sociedad sin delincuencia, sin homicidios, etc., suena altruista pero poco objetivo y realista y más aún anti-histórico. La delincuencia puede y debe ser controlada pero pensar u ofrecer eliminarla es una falacia. Peor aún pensando que son los “otros”, los diferentes, las otras clases sociales, las que forjan los delincuentes.
O que la inseguridad proviene desde los sectores pobres, con escasa educación formal. Examinar esos discursos es necesario porque se develan cientos de formas de enmascarar prácticas racistas.
Observemos la programación televisiva y no es coincidencia que la delincuencia, el “foco” de la inseguridad, tenga rostro, aspecto, condición, estatus, humanidad conocida; porque aún, junto a la noción de delincuencia, está la idea del pecado por cometer o cometido. A los candidatos hay que examinarlos a fondo tanto en sus palabras como en sus gestos para que se esfuercen no solo en entender lo que ofrecen sino que comprendan las consecuencias de sus ofrecimientos.