De los cuadros del mundo el más enigmático es la Mona Lisa. Se han producido versiones, desde Picasso a Basquiad, de Botero a la cultura pop (en un buscador aparecen cerca de 30 millones de referencias). No hay que olvidar a Ducham quien la pintó con bigotes.
¿En qué momento el cuadro, pintado en tabla de álamo, de 77x53 cm de la Mona Lisa, de Leonardo da Vinci, de inicios del siglo XVI, pasó de ser un retrato por encargo -con la técnica del sfumato al extremo- a convertirse, pasando por los ataques de la vanguardia, en un fetiche de la cultura popular, a inicios del siglo XXI?
Fue pintada entre 1503 a 1506 con una técnica inventada por el pintor: el sfumato, con deliberación extrema. Erns Gombrich habla del sentido de ambigüedad como la clave en la lectura de imágenes. Esas sugerencias esperan la atención del espectador. “El contorno borroso y los colores suavizados que permiten fundir una sombra con otra y que siempre dejan algo a nuestra imaginación. Si volvemos ahora a contemplar la Mona Lisa, comprenderemos algo de su misteriosa apariencia”, dice Gombrich.
El descubrimiento de Leonardo, la ‘borrosidad’, incluso en sus bocetos, y la búsqueda de lo ‘indeterminado’ -esa forma medio adivinada, siguiendo a Gombrich- permiten estimular al espíritu a nuevas invenciones.
¿Pero en qué momento esta pintura, que por cierto no constaba entre las 110 mejores obras de arte, de la corte de Francisco I, aunque Napoleón la tuviera en su habitación en el palacio de las Tullerías, pasó a ser una construcción iconográfica que pasaría de la veneración al rechazo?
En el libro Leonardo, el vuelo de la mente, de Charles Nicholl, pág. 412, refiere que la Mona Lisa pasó a convertirse en ícono cultural a mediados del siglo XIX, porque los europeos del norte sentían fascinación por el Renacimiento, y particularmente por la figura de Leonardo. “Su imagen quedó estrechamente ligada a la mórbida fantasía romántica de la femme fatale: esa exótica y cautivadora ‘bella dame sans merci’ (bella dama sin piedad) que tanto obsesionaba a la imaginación de los hombres de la época”, nos dice el autor para agregar que fue el novelista, crítico de arte y fumador de hachís Théophile Gautier quien ayudó a elevar su imagen.
Entre sus arrebatos, dice el texto, está este: “Te hace sentir como si fueras un colegial frente a una duquesa”. Jules Michelet, otro fanático del Renacimiento, escribió: “Su presencia me atrae, me subleva, me consume: acudo a ella a mi pesar, como acude un pájaro a la llamada de una serpiente”. Fue entonces que la Mona Lisa pasó a convertirse en belleza letal, como la nana de Zola, la Lulu de Wedekind o Jeanne Duval, la bella amante criolla de Baudelaire. El poeta galo Yeats escribió: Es anterior a las rocas entre las que se sienta: / al igual que el vampiro / ha muerto muchas veces…
En 1981, el empresario Leon Mekusa -enamorado de esa sonrisa- vendió todos sus bienes y entró como vigilante en el Louvre, “para mirarla todas las mañanas antes que nadie”. Ahora, en casa está una Gioconda pintada en técnica naif por Elena Terán. Igual, tiene una sonrisa enigmática. (O)